El detective II.





     ¿Crees que habrá averiguado algo? — Nuria me preguntó nerviosa, más que para conocer mi opinión para alejar sus pensamientos de todas las elucubraciones que había estado haciendo las dos últimas semanas.

     Tiene fama de ser el mejor — dije sin prestarle mucha atención.

     Ya, pero es lo que dijiste, da miedo que sea tan bueno. Yo he intentado pensar como él, le he mandado las capturas de las conversaciones de whatsapp y he investigado todo lo que permite Instagram y Facebook y no tengo ni idea de qué me puede decir El Pescador. ¿Alguna idea tendría que tener, no? Quiero decir, él habrá visto lo mismo que yo, exactamente lo mismo…

     Igual su talento es la perspicacia, o igual tiene poderes sobre naturales…

     ¡No digas tonterías! — Nuria me golpeó suavemente el hombro.

En ese preciso momento apareció la secretaria y nos ordenó seguirla. Caminamos de nuevo por el mismo pasillo y llegamos a la misma puerta de hace dos semanas. El Pescador nos esperaba de la misma forma y no pude evitar pensar que este hombre vivía siempre en el mismo bucle espacio temporal.

     Buenas — dijo con voz grave y muy lentamente — sentaos.

Obedecimos visiblemente nerviosos. Yo apenas me había preguntado por lo ocurrido la última vez, solamente por las noches me asaltaban las dudas de quién querría investigarme y por cuál razón; pero ninguna razón lo suficientemente convincente, luego me absorbía un sueño pesado e intenso, sin imágenes. Durante el día rara vez me acordaba de las razones de la noche anterior, así que supongo que simplemente las repetía.

     Cuéntame un poco más, necesito contextualizar la información antes de sacar una conclusión — El Pescador se dirigía a Nuria con ojos penetrantes y muy recto en la silla, con las manos apoyadas en la mesa y la barbilla en éstas.

     A ver, no sé. Lo dejamos hace unos meses, tampoco demasiados. Al principio bien, supongo, hablábamos, discutíamos por la ruptura y nos echábamos en cara cosas que habíamos guardado mucho tiempo — a Nuria le costaba sacar las palabras de su garganta, saliendo ligeramente ásperas.

     Durante ésa época seguíais dándoos me gusta en Instagram, ¿no?

     Sí, como siempre.

     ¿Quién dejó de darlos primero? — El Pescador cogió una libretita de pastas azules y empezó a anotar cosas.

     Supongo que yo, creo recordar que hubo una foto que me molestó y decidí no darle like.

     ¿Qué foto, ésta? — El Pescador giró la pantalla del ordenador y enseñó una foto de Fernando en la que se le veía de perfil, algo serio y con una ciudad que no pude reconocer de fondo.

     Esa fue, sí — afirmó Nuria con voz temblorosa.

     Ahora si tiene un me gusta tuyo.

     Lo puse después, me sentía mal, me parecía que no era para tanto y una noche, mientras pensaba en la casa de sus padres y sus brazos… le di al corazoncito envuelta en lágrimas.

     Entiendo. ¿Y ahora cómo está la cosa?

     Tensa — dijo Nuria tras unos segundos pensando — yo quiero volver con él, creo, estoy casi segura, no sé. Su actitud no me invita a hacerlo, está cortante y borde, haciendo lo mínimo para que no considere que es un cabrón. No sé si me explico: siempre que le escribo me contesta, cuando me quejo de que no me hace caso me escribe “¿qué tal?” durante un par de días, pero como sé que no nacen de él, los esquivo o los ignoro, lo que solamente consigue que la siguiente vez siga igual de cortante y de borde. Pero supongo que todo esto es perfectamente normal…

     Lo es — dije yo mientras agarraba la mano de mi amiga.

     Lo es — repitió El Pescador mientras anotaba en la libretita.

     ¿Y qué es lo que ha sacado en claro? — Nuria estaba impaciente.

     ¿Qué pasó el 18 de marzo? — la cara del Nuria se contrajo un segundo, los ojos se le llenaron de brillantes lágrimas estancadas y me apretó con fuerza la mano, clavándome las uñas.

     Pues… — empezó dubitativa — que se vino un amigo a casa y terminó pasando la noche porque estaba muy borracho. ¿Cómo sabe eso?

     Yo no sé nada, pero revisando he notado que a partir de ese día ya no hay likes de él, que subió a Facebook una canción tres días después de Gary Moore que no es especialmente alegre y que, si entiendes la letra, dice mucho más de lo que parece. También al día siguiente, el 19, tú subiste otra foto en la que ponías un texto, seguramente sacado de algún tuitero moñas, hablando del amor y de la pérdida. Las redes sociales no engañan.

     Ya veo, ya…

     Me da igual lo que pasara con ese chaval, pero está claro que a Fernando no. Ese tal Nicolás no ha faltado ni un solo día a darte me gusta, ni en Instagram ni en Facebook; a todas las canciones y a todas las fotos; algún que otro comentario suelto que llama un poco la atención pero que no es motivo para pensar nada también se le ha escapado. Pero igual que todos, a Fernando esas cosas no se le pasan por alto.

     ¡Pero si no pasó nada!

     A mí me da igual, yo sólo trato de hacerme una idea de lo que ocurre para poder darte mi opinión profesional. Yo no juzgo, a mí me da igual todo. Pero a vosotros parece que no, la importancia que tienen los me gusta, los MD o la falta de ellos es lo que os vuelve locos. Por mí perfecto, no me malentiendas, me gano la vida con esto. Pero, vuelvo a repetir, que yo no hago nada, solamente me limito a ver y a interpretar. Y si aparecen me gustas de repente y se repiten, se devuelven, se comenta en un tono que parece natural, o forzado, si se actualiza con segundas y terceras intenciones…

     Pero yo no he hecho nada con segundas ni terceras intenciones — se defendió Nuria, creyendo que su honor estaba en entredicho.

     Nadie lo hace, pero yo sigo viviendo de esto y cada vez me va mejor. ¿Qué me dices de eso? : And in a goodlucking future, I will be able to forget.

Nuria me soltó la mano y se la llevó junto a la otra a la cara para tapar las lágrimas que habían roto el dique de sus párpados y se precipitaban calientes por sus mejillas. Sollozaba con culpa y muchos mocos.

     Eso lo puse porque era una estrofa de una canción que me gustó ese día.

     Y que Nicolás dio a me gusta.

     ¿Y eso qué más da? — Nuria levantó la cabeza y posó los enrojecidos ojos en los de El Pescador con ira.

     A ti te puede dar igual, a mí me da igual, pero a Fernando seguro que no. ¿Cómo es posible que sigáis pensando, con todo el tiempo que pasáis en las redes sociales, que no hay nadie mirando? Puede que las cosas no sean lo que parecen, pero os escondéis en esa apariencia constantemente para oscurecer la verdad, para ocultarla y así poder decir que no tenéis culpa de nada, que son los demás los que no entienden o los que malinterpretan. Y claro, esa coraza es irrompible cuando vosotros mismos os la creéis.
Nuria se echó para atrás en el asiento, pensativa y malhumorada. El Pescador, atento al clima de la escena, decidió con buen criterio hacer una pausa.

     Ahí tenéis una terraza, podéis salir a fumar y tomaros un café, en quince minutos seguimos, tengo que llamar por teléfono.

El detective.




     ¿Pero tú estás segura de esto? Me parece un poco turbio todo esto. ¿Has visto los posters? No me fio de éste tío — le dije a Nuria, que me miraba con ojos asustados.

     Ya, es todo un poco extraño, lo reconozco. Pero es que necesito saberlo, no puedo estar a base de suposiciones y de frases con significados ambiguos  — Nuria no se estaba quieta en el pasillo, giraba sobre sí misma y no se sacaba los dedos de la boca.

     Es que di tú que el tío es verdad lo que dicen y es bueno.

     Precisamente eso es lo que no me gusta. Si es un farsante, pues mira, otro más, no me sorprende. Pero si es bueno, ¡joder, si es tan bueno como dicen ninguno estamos a salvo! — dije alzando la voz justo cuando la secretaria volvía para acompañarnos.

     Seguidme — dijo con su dulce voz.

La seguimos por los pasillos. En todas las paredes estaba la misma figura de espaldas, solamente variaba el color de fondo. Todos los posters eran del mismo estilo, algunos con la silueta de un perfil, otros de cuerpo entero, en plano americano, etc. Pero en ninguno se veía el rostro del protagonista. Entramos a un despacho muy sobrio, allí nos esperaba él; de espaldas, como no podía ser de otra forma.

     Sentaos — dijo aún sin darse la vuelta.

     Veníamos porque una amiga le recomendó.

El hombre se dio la vuelta y nos miró a través de sus gafas con interés.

     ¿Cómo se llama? — dijo directamente a Nuria.

     Fernando — respondió ella algo vacilante.

     ¿Sólo Fernando? — preguntó el hombre.

     Fernando Gómez Avellado.

     ¿Y en Instagram?

     Fergoa_93 — contestó Nuria con cierto rubor.

El hombre asintió y dijo entre dientes algo como: “típico”. Encendió la pantalla que tenía a su izquierda y tecleó algo. Nuria me miró bastante nerviosa y yo agarré su mano para apoyarla. El hombre estuvo mirando unos minutos en su ordenador con fruición, movía el ratón velozmente y clicaba de forma ultrasónica. Esbozaba ligeras sonrisas de vez en cuando, se atusaba la perilla negra y emitía sonidos de desaprobación casi inaudibles. Mantuvimos la calma y fuimos pacientes hasta que el hombre volvió a girar la silla para mirarnos.

     Creo que podría tener el informe en dos semanas, tengo mucho trabajo ahora mismo, terminan los exámenes y estamos ya en temporada de bodas y comuniones, además de los inminentes festivales. Entenderéis que tengo mucho trabajo.

     Lo entendemos — dijo Nuria, aunque no entendíamos una mierda.

     Entonces, por lo que he visto ahora, así por encima, me da la sensación de que lo que pretendes que haga es un informe sobre la situación sentimental actual de Fergoa, ¿no?

     Sí, algo así.

     Como intuyo que las intenciones no son sanas, si no autodestructivas y viscerales… ¿Porque vosotros ya no estáis juntos, no?

     No, no, lo dejamos hace tres o cuatro meses… — Nuria me apretó la mano, estaba muy nerviosa, notaba palpitarle el corazón en las venas de la muñeca.

     Serán quinientos euros, la mitad ahora y la mitad después.

     ¿Tanto? — rompí mi silencio.

     Tanto. Ya os digo que tengo mucho trabajo y que acabo agotadísimo.

     Bueno, tampoco es que haga usted tanto — dije algo altanero. Nuria me apretó la mano pero por razones distintas.

     ¡Claro que no! Yo no hago nada especial, no soy ingeniero. Mi don es la vista, no tengo que hacer nada, solo tengo que saber ver. El arte está en reconocer los indicios, ¿crees que la gente sabe la información que da de sí misma en las redes? Ni de coña. ¡Creen que enseñan lo que ellos quieren, que son un misterio por resolver, que las fotos no los definen, que los Stories no los definen; creen que juegan al despiste y que ocultan mucho más de lo que muestran! Pero te voy a decir una cosa, cuando lo dejaste con Esther no hiciste bien las cosas; ¿qué fue eso de ir por los bares donde sabías que te podías encontrar con Alba? ¿Y esas canciones de los Rolling Stones? ¿Y qué me dices de rescatar a Hendrix? ¡Cómo son las mujeres, eh! Que te impelen a volver a esa música que te hacía sentir tan joven.
El hombre me miraba fijamente, pronunciando cada palabra con intención, apretando las consonantes para que fueran más sonoras. Cuando empezó a relatar parte de mi vida me sorprendí, pero en seguida recordé donde estaba y que él era El Pescador, el más recomendado detective de redes sociales del país. Su mirada se mantenía fija en mí y noté cómo me cambiaba el gesto ante tal muestra de poder. Supuse que había sido Esther quien había contratado sus servicios para espiarme.

     La gente no sabe lo que comparte, es imposible que lo sepa. Los me gustas se notan, las comas, el tiempo de respuesta a una pregunta, las horas en las que te acuerdas de algo y escribes por propia voluntad; la música que se comparte, las frases de las canciones que nos gustan, las fotos al sol, los pie de texto; el olvido de las respuestas premeditado, el aguantar el me gusta para darlo cuando parezca que ya no iba a llegar… La gente está todo el rato mostrándose, exhibiéndose, pero todos juegan a que nadie los mira.

     ¿Fue Esther? — pregunté.

     No.

     ¿Entonces? — insistí confuso.

     Secreto profesional. Pero sí te voy a decir una cosa: no somos invisibles, chico. Todos los ojos nos miran, aunque sea de pasada, tu cara le suena a la gente que no sabes que has visto. Tu nombre se dice por ahí de forma fortuita, con alegría y rabia y pena.

El hombre se giró hacia Nuria y le repitió el precio y el tiempo que tardaría en llevar a cabo la investigación. Nuria aceptó y le dio la parte que correspondía. El Pescador le dijo antes de que saliéramos por la puerta que debía mandarle pantallazo de las conversaciones de whatsapp que tuviera con él, Nuria lo recibió como algo completamente normal, sin atisbo de intromisión en la intimidad y asintió.  

Dejé a Nuria en su casa y paseé hasta la mía pensado primero en la necesidad de saber de mi amiga y luego en la necesidad de quien fuera por saber de mí. Y como todo está abocado a la opinión ajena, pensé en si habría decepcionado a quien pidió que se me investigara.

Vivir en Soledad.




Hacía mucho tiempo que no sabía de Alejandro, desde que se fue a Barcelona por temas de trabajo apenas hablábamos más allá de comentar algunos detalles superfluos de los partidos de Champions. Pero una tarde me escribió al whatsapp diciéndome que bajaba porque tenía vacaciones y quería que nos viéramos. Acepté encantado y quedamos en el bar de siempre.

No lo noté muy cambiado, la barba algo más larga y mucho mejor cuidada, el pelo alborotado seguía igual de alborotado y sus rizos tenían la misma forma que recordaba. Se le había pegado un poco el acento, pero nada que llamara la atención o que hiciera gracia. Nos pusimos al día en seguida, yo no tenía mucho que contar, mi vida es siempre igual de anodina. Pero él sí que tenía historias. Me dispuse a escucharlo con toda la atención.

     A ver, allí no es como aquí, hay mucha más gente y todo es más impersonal. Las relaciones suelen ser esporádicas y con un objetivo claro, es complicado encontrar con quien congeniar.

     Bueno, no te creas que aquí es fácil — dije pensando en la impersonalidad que nos arrastra ahora a todos.

     Ya, supongo, es cosa de la globalización y de las apps de ligoteo. Parece que el hacer las cosas más sencillas lo complica todo, ¿no te parece?

     Pues sí, antes todo era de otra manera.

     ¡Y que lo digas! Mira, deja que te cuente. Conocí a una chica al poco de llegar, curraba cerca de la oficina, coincidíamos en la cafetería para el café y, como suele pasar, empezamos a hablar. Nos dimos los instagrams y me gustó mucho su forma de ser y sus fotos; a ella las mías también y en pocos días estábamos quedando para un café. Del café pasamos a las cervezas, las cenas y ya, como no podía ser de otra manera, a Netflix y los capítulos sin terminar. Iba todo bastante rodado, la verdad. Me empecé a pillar por ella.

     Vaya, qué suerte, ¿no? Llegar y besar el santo — dije alegrándome por mi amigo.

     Sí, bueno. Es lo que te digo, todo es tan sencillo ya que uno pierde la perspectiva de lo que quiere o necesita, de lo que es importante. Estuvimos saliendo unos meses, cuatro o cinco, de verdad te digo que me gustaba, que me sentía cómodo a su lado, el sexo era bueno y constante, sin atisbo de parecer rutinario en el futuro. Pero, claro, las cosas terminan torciéndose en algún momento. Nadie nos ha enseñado cómo mantener lo bueno, solamente nos dicen que debemos evitar lo malo.

     ¿Qué pasó?

     Pues no lo sé. Alguna discusión típica, algún despiste más de la cuenta por mi parte, alguno suyo también que no quiso reconocer, no sé. Estas cosas suceden así, no te las esperas. El caso es que la cosa se fue enfriando, yo le escribía para quedar, para pasarle algún artículo interesante relacionado con alguna conversación anterior y… nada. Espaciaba las contestaciones varias horas y luego respondía con frases cortas y contundentes. ¿Sabes lo que te digo? Cuando le interesas a alguien las frases se van hilando, se escribe y se le da a enter constantemente; abundan los jajas y los emoticonos. Y se nota que algo pasa cuando preguntas algo y te responden con precisión.

     Eso es verdad — aseguré.

     Dejamos de quedar porque cada nuevo café tenía más de tensión que de azúcar, y la tensión no se diluye, no se mezcla con nada, solamente se mantiene ahí, suspendida sobre nuestras cabezas, ocupando el espacio que antes ocupaban los chistes despreocupados o las caricias en el brazo.

     ¿Pero qué pasó, se fue con otro?

     Seguramente, no lo sé, tampoco soy de esos que se vuelven locos y empiezan a cotillear o stalkear, como se dice ahora. Prefería dejarla libre e intentar no preocuparme. Pero ella me gustaba de verdad, la echaba de menos, y he aquí lo que de verdad te quería contar: ¿Tú qué opinas de los que no saben estar solos? De los que cuando terminan algo necesitan volver a empezar otra cosa.

     Pues no sé, creo que puede ser algo negativo. El no saber estar con uno mismo es peligroso, puedes tomar malas decisiones huyendo de la soledad, ¿no crees?

     ¿Y por qué es mejor saber estar solo? Quiero decir, ¿qué problema hay en buscar constantemente a alguien con quien estar, con quien compartir o con quien salir de la rutina? Lo dejé con esta chica, que se llamaba Silvia, y a la semana estaba ya quedando con otra que conocí por Tinder. ¿Eso es malo? Quiero decir, ¿hay alguna especie de santidad en la espera entre una pareja y otra, es necesario guardar duelo por todos los que pasan por nuestra vida? Porque después de esta que te digo, Mara, han venido más. ¡Es que es tan fácil, tan al alcance de la mano que uno ya no sabe cómo hacer las cosas! Creo que todos los que te dicen que tienes que aprender a estar solo siempre tienen pareja, por lo que no lo dicen de verdad, lo dicen porque sienten que lo tienen que decir, como si estuvieran representando el papel de novio devoto y quisieran alzar su amor por encima de su soledad, en ese momento inexistente. Yo antes pensaba así, tú lo sabes, cuando terminé con Espe me tomé mi tiempo, también porque no podía empezar con nadie, me daba demasiada pereza, pero esperé. Ella no, bien lo sabes también, y no niego que eso me molestara. Pero ahora lo entiendo.

     Hombre, es que se fue a las dos semanas con el tío ese, fue todo muy precipitado.

     ¿Y qué más da dos semanas que un mes? Si ella no soportaba la idea de estar sola, ¿por qué tiene que esperar, qué clase de sacrificio es ese? ¿Qué recompensa trae? Hoy en día lo único que se busca es el placer personal en todas las formas en las que este se puede mostrar, no tiene sentido ya la lealtad al recuerdo, el duelo por el amor perdido, abandonado o arrebatado. Si yo soy yo y quiero vivir como yo quiero, nadie ocupa ningún lugar que deba ser respetado. Ahora entiendo a Espe y su necesidad de cariño e intimidad, pues me está pasando.

     ¿Estás ahora con otra? — pregunté intrigado.

     Claro. Pero creo que he conseguido hackear un poco el sistema. Reconozco que no sé estar solo, no me avergüenzo ni me enorgullezco, solamente lo reconozco. Pero la chica de ahora me permite esquivar un poco toda esta situación. Se llama Sole, por lo que, de una forma u otra, siempre estoy en Soledad.

El chiste final de Alejandro me hizo reír y parece que a él lo calmó un poco. Sirvió para cambiar de tema de una forma distendida y alegre. Siempre admiré la facilidad que tenía mi amigo para no darle más importancia a las cosas que el humor que se pudiera sacar de ellas. Pero en el camino a casa después de despedirnos no pude evitar reflexionar sobre la conversación. ¿Por qué se critica a los que no saben estar solos si, a base de huir de ellos mismos, siempre encuentran a alguien en su misma situación?

Las intenciones.




Había estado hablando con Sonia durante, por lo menos, un par de meses. Conversaciones esporádicas, casi siempre iniciadas por mí y con un contenido trivial y casi siempre inesperado. Me parecía interesante, sobre todo cuando el hablar conmigo se convirtió en casi un hábito. Hubo un día en el que fue ella quien me escribió. El último mensaje mío databa de un viernes y el domingo por la noche me escribió extrañada:

     ¿Hola?

Yo contesté al día siguiente con otro hola, pero lo acompañé con un emoticono sacando la lengua. Ella tardó bastante en contestar, pero el visto que sale debajo de tu mensaje en Instagram fue fulgurante, menos de diez segundos tardó en ver mi respuesta, pero el orgullo la obligó a no contestar. El martes ya volvimos a hablar como casi siempre.
Las semanas pasaban y la conversación se había convertido en la típica conversación infinita, que traspasa días y que se continúa sin esfuerzo. Entonces, cuando ya me contaba sobre las tropelías de su gato o yo le contaba sobre mi trabajo, llegó el momento decisivo.

     Oye — le dije — ¿qué te parece si nos tomamos un café? No sé, hablamos bastante por aquí y me pareces una tía guay; pero me parece muy feo que aún no sepa la voz que tienes — y puse dos emoticonos para yo qué sé.

Me contestó en seguida.

     Sí conoces mi voz, en los stories hablo — ningún emoticono para rebajar la bordería.

     Eso es cierto, pero no es lo mismo — dije yo sin saber qué me estaba diciendo realmente Sonia.

Me dejó en visto tres horas. Yo ya pensaba que había ido demasiado rápido, que no era ni el momento ni la forma de decir eso. ¿Cómo es la forma perfecta de invitar a una chica a un café?, me preguntaba. Cuando ya anochecía me dijo que café era complicado, pero que unas cervezas sin problema.

     El café va estar complicado esta semana, tengo que cuidar a mi sobrina, que mi hermana está mala y su marido trabaja hasta las seis. Pero unas birras sin problema. ¿El miércoles va bien?

Dije que sí y acordamos la hora.

Cuando el miércoles llegó reconozco que me puso nervioso. Las horas hasta el encuentro pasaron muy intensamente, las notaba en mi piel. Hacía mucho que no quedaba con alguien que no conociera físicamente ya. Parece una tontería, pero es una realidad, las redes sociales nos acercan a la gente, pero embutidos en trajes de plástico, el contacto no es real, hay una barrera que contamina entre ambos.
Llegué el primero y me senté en una terraza. Ella apareció con una camiseta de un grupo que a mí me gustaba y que le había dicho en una de nuestras muchas conversaciones. Me sonrió y se pidió otra cerveza. La conversación fue bien y nos reímos, pedimos más cervezas y hablamos de todo. Sonia era más simpática en persona, muy graciosa y con unos dientes pequeños pero muy blancos. Su nariz era algo afilada pero en proporción armoniosa con el resto de su cara. Me gustaron muchos sus ojos, que brillaban con otra luz distinta a la de las fotos, con más vida y profundidad.

En un momento dado, con la noche ya caída hacía rato y los bares contiguos cerrando, Sonia me dijo:

     ¿Vamos a otro lado?

Contesté afirmativamente y nos levantamos para pagar. Habíamos pedido las mismas cervezas, bebiendo al mismo ritmo, y las cuentas fueron fáciles. Nos despedimos de los camareros y bajamos por una de las calles en dirección al río. Cuando habíamos girado tres veces a la izquierda y dos a la derecha Sonia se detuvo frente a un portal que estaba en medio de un parquecito muy cuco.

     Esta es mi casa — dijo con un tono que no supe identificar.

     Ah, yo creía que íbamos a otro bar — dije desorientado.

     Ya, pero he pensado que… no sé, creo que tengo alguna cerveza en el frigorífico — la forma en la que separaba las sílabas de las palabras, cada vez pronunciando las consonantes de forma más vaga, me daban a entender que quería que subiera para follar.

     Perdona, pero no sé si me estás invitando a subir para follar — le dije sin tapujos y abruptamente.

     A ver, así tan directo no. Pero no sé, creía que encajábamos, a mí me pareces bastante mono y simpático… llevamos hablando ya mucho por Instagram y, no sé, parecía que yo también te gustaba…

La cara de Sonia era un poema que reflejaba la incertidumbre en la que se encontraba. 
Estoy seguro que ningún otro tío hubiera cuestionado su invitación a subir.

     Y me caes de puta madre, me pareces una tía inteligente y muy simpática; también me pareces muy atractiva. Pero yo tengo novia.

     Ah, mira tú que bien. Entonces lo que eres es un cabrón — me dijo y a puntito estuvo de darme una hostia.

     ¿Por qué?

     Porque tienes novia y vas tonteando con otras.

     Pero si te he dicho que no quiero subir a tu casa.

     ¿Y?

     Pues que eres tú la que pensaba en follar, yo solo busco amistad porque me pareces una tía interesante.

     ¡Seguro!

     Te lo juro. ¿Tan difícil es de creer?

     Es que no lo entiendo… — Sonia se movía de un lado a otro moviendo mucho las manos.

     ¿No entiendes que un tío quiera ser tu amigo y nada más?

     ¡Pues no! Estabas coqueteando conmigo, me preguntabas por mis grupos favoritos, mis películas…

     ¿Y cómo conoces tú a la gente? Yo pregunto, pero eso no significa nada.

     ¿Y tu novia sabe algo?

     Claro, ¿por qué no iba a saberlo? Sabe de mis intenciones y confía en mí. Yo solo busco amistad, y la busco en las mujeres porque los tíos no me caen del todo bien.

     No sé tío, eres muy raro. Yo me voy para casa ya. Adiós.

Y Sonia se perdió en el portal, absorbida por la oscuridad, pues ni encendió la luz para que la pudiera ver por última vez.