Los requisitos.





María volvió a su silla tras bajar a la casa a por una sudadera. Una brisa se había levantado al caer el sol y pasó de cortés a grosera en cuestión de segundos. Con María también volvía Leo, pero con una manta sobre los hombros.

— ¿De qué habláis? —María se sentó a mi derecha y me preguntó al observar a Jaime y a Paula, que hablaban moviendo mucho las manos.

— Alejandra ha contado que hay un chaval que va detrás de ella y está confusa.

— ¿Por? — se interesó también Leo, que estaba a mi izquierda.

— Porque no sabe si el chaval le gusta, todavía vive con sus padres.

— ¿Y? — preguntaron Leo y María a la vez, encogiéndose de hombros.

— ¡A ver Jaime, las cosas no son como tú las cuentas. A mí que viva con los padres me parece muy bien — Alejandra vociferó interrumpiendo la conversación de Paula y Jaime — pero hay ciertas cosas que hay que tener en cuenta, aunque parezcan tonterías.

Leo, que estaba justo al lado de Alejandra se sobresaltó y se encogió para coger discretamente la silla y acercarse a mí, huyendo. Yo moví a María y nos alejamos un poco del espectáculo.

— Es que tiene razón — susurró Leo, que calibró el tono justo para colarse entre los gritos de Alejandra y llegarnos a María y a mí.

— A mí me parece algo superficial, ¿qué más da que viva con sus padres? ¿No sabes cómo está la cosa?, es a lo que nos obligan, no podemos avergonzarnos por ello. No es nuestra culpa — María defendía a Alejandra.

— Ya, pero impide cosas.

— ¿El qué? —pregunté.

— Pues impide cierto tipo de intimidad, a su casa ya no podrán ir a dormir.

— ¿Por qué no? — María preguntó tajante.

— Pues porque es raro, ¿no? Quiero decir, se está pensando si tener algo con él, ¿no? Eso es lo que has dicho — dijo Leo mirándome.

— Sí, sí. Eso es lo que he entendido yo, ahora no sé por dónde irá la cosa — dije señalando a los otros tres, que seguían a lo suyo.

— Pues eso, que apenas se conocen. Si llevasen varios años, pues mira, seguro que ya están metidos en familia, y la cosa cambia. Pero así, desde el principio… a mí no me parece.

— Eso es verdad — dijo María asintiendo con seriedad.

— Es que no es tan fácil elegir con quien empezar una relación — dije.

— ¿Pero Alejandra quiere una relación? —María se echó hacia delante, encorvándose bastante.

— No sé. Ya no hablo de ella.

— ¿Entonces? — Leo también se acercó.

— Pues que, digamos, que quieres empezar una relación, ¿vale? Hay muchos requisitos que cumplir, cada vez más.

— ¿A qué te refieres? No puedes controlar de quién te enamoras — preguntó Leo.

— Bueno, ¿sólo puedes pensar en una relación si te enamoras? — María estiró los ojos hacia Leo, que vaciló un segundo antes de decidirse a mirarlos.

— Yo sí. — sentenció.

— Ah, bueno. Pero que no tiene por qué ser necesariamente así. Yo por ejemplo no me he enamorado nunca — confesó María con cierto orgullo — y he tenido relaciones largas. Yo creo que es más una decisión política. Estoy de acuerdo con lo que dices — me señaló — hay que tener muchas cosas en cuenta.

— No tiene que ser necesariamente el que viva con los padres, o que comparta piso o viva solo, pueden ser muchas cosas de otro tipo. Pasando desde el tipo de cine que le gusta hasta la forma de expresarse que tiene.

— Hubo un chaval hace algún tiempo que no sabía hablar bien; confundía constantemente los acentos de las frases, no era capaz de hacer ninguna coma correctamente y se aturullaba con la entonación de las preguntas — dijo María.

— Vaya, menudo tipo.

— No lo sabes tú bien. No lo soportaba. Pensaba: ¿tan difícil es entonar bien al hablar? Y desde entonces uno de mis requisitos es ese: que sepa hablar.

— Interesante — dijo Leo, que empezaba a tomarse más en serio la conversación. Lo vimos bucear en sí mismo antes de hablar — a mí, por ejemplo, me saca de quicio la gente que no sabe estarse quieta. Estuve con una chica cuando estuve en Skopje que si hacíamos dos días lo mismo, yo qué sé, tomar cervezas en el mismo bar, se aburría. Quería siempre ir a sitios nuevos. Yo soy más reposado.

— Y que lo digas — dijo María riéndose de la postura de Leo, que estaba estirado y con la manta tapándole la cabeza — sólo te falta el sofá para estar como en tu casa.

Leo se miró y se rio también. En ese momento se levantaron Paula y Jaime, que iban a por más cerveza. Alejandra, como dueña de la casa, se obligó a acompañarlos. Nos preguntaron si queríamos algo y les dijimos que sí, luego le dijimos el qué y ellos aceptaron el recado. Cuando se fueron seguimos la conversación.

— ¿Y tú? — me preguntó María.

— ¿Yo? — me detuve a pensar un rato hasta que encontré quizás uno de mis requisitos fundamentales, que no había pensado hasta ahora — no podría estar con alguien que llora por todo.

— Eso es complicado — dijo Leo — una ex mía hacía eso. Bueno, no sé si lo hacía o le salía solo y no podía controlarlo…

— Es que esa es la cosa, que llega un momento que no te lo crees ya de tantas veces que lo has visto — interrumpí a mi amigo.

— ¿Y estaríais con alguien que no os atrajera lo más mínimo? Y que nunca lo vaya a hacer. Que no os produzca deseo.

— ¿Y que nunca lo fuera a producir? — preguntó Leo, más retóricamente que otra cosa.

— Yo no podría — dijo María — para mí tiene que existir eso, digo más, tiene que ser algo fuerte. No digo que sea físico, me ha pasado que tíos que no son nada del otro mundo, por su forma de ser y de hablar, por supuesto, me han derretido completamente.

— ¿Y qué pasa con los requisitos que nos ponemos a nosotros mismos? — pregunté para seguir ahondando en la conversación.

— ¿Te refieres a los requisitos que los demás nos ponen a nosotros? — preguntó Leo.

— No, me refiero a los requisitos de uno para unos mismo. A ver si me explico… por ejemplo: no querer estar con nadie después de una relación larga y tortuosa hasta que las secuelas se hayan diluido del todo. Más de una vez he pensado en eso, en los requisitos que yo me pongo a mí mismo, sin intermediarios. Yo soy un tío detallista y atento pero para serlo tengo que estar bien anímicamente, si no lo estoy no puedo empezar nada con nadie.

— ¿Y para qué sirve preguntarse eso? — Leo hizo una mueca de incomprensión y terminó el culo del litro moribundo y caliente que estaba sobre la mesa.

— Porque siempre estamos pensando en los demás, en cómo los demás nos afectan, cómo nos hacen sentir, qué queremos y qué esperamos de ellos. Pero a nosotros nadie nos pregunta cómo somos o cómo queremos ser, queda en una intimidad oculta, casi censora — María explicó mejor que yo lo que quería decir.

— Yo sé cómo soy — replicó Leo.

— ¿Pero sabes cómo eres para los demás? A mí un chaval con el que salí hace algún tiempo me dijo que lo que más le gustaba de mí era la tranquilidad que irradiaba en los silencios incómodos. Nos estábamos conociendo y había bastante vergüenza y mucha intención de quedar bien, por ambas partes por supuesto; por eso aparecían esos silencios, en parte para no agobiar y en parte por no saber qué decir. Y a él le gustaban porque no sentía la necesidad de romperlos, aunque yo deseaba con todas mis ganas que dejaran de aparecer. A eso me refiero.

— Claro — dije apoyando a María — es que todo gira alrededor de lo que recibimos, o queremos recibir, pero creo que habría que preguntarse si lo que nosotros damos es lo que queremos dar. Di que estás tan a lo tuyo, a tus cosas, que no puedes empezar nada serio porque no tienes espacio ni en el día ni en la cabeza para esa persona, que te gusta y quieres estar con ella, que te atrae y te rebosa la curiosidad, pero a la hora de la verdad, siempre tienes cosas más importantes de las que ocuparte; o que necesitas cierta dosis de soledad para estar bien contigo mismo y con los demás. No puedes iniciar nada si no estás seguro de poder dar lo que tú consideras que tienes que dar.

— Creo que complicáis demasiado las cosas — dijo Leo — antes las cosas eran más sencillas, cuando el amor no era política y sólo consistía en sentir.

— Y así estamos como estamos. — interrumpió María, algo afectada — Gente que se enrola en relaciones tóxicas porque cree el querer justifica cualquier trato; o lo contrario, gente que no ama porque a la mínima se cansa y busca sus ideales donde no tocan. Tan malo es aguantar demasiado como rendirse a las primeras de cambio. La pareja es una elección que linda con lo racional y lo sentimental, siempre con un pie en cada sitio, pero nunca cien por cien estable. Es un baile y hay que medir los pasos que se dan para no pisar y no ser pisado. — la elocuencia de María iba conquistando poco a poco nuestras ideas — Si tú necesitas enamorarte para tener una relación me parece perfecto, adelante, pero el modelo del enamoramiento cada vez se estila menos porque cada vez es más frágil, se deshilacha casi sin motivo y termina por deshacerse en reproches y malos entendidos.

— Entonces, ¿uno de tus requisitos podría ser que la otra persona tampoco se enamorase de ti? — pregunté.

— Podría ser, nunca me lo había planteado así. Quizá — dijo María justo cuando la puerta de la terraza volvía a abrirse y descubría a nuestros tres amigos, que venían cargados de bolsas y sonrientes.

Abrimos un litro de cerveza y Jaime empezó a contar una historia que le había pasado un verano en la costa y con la que nos desternillamos de risa.