El cristal del mirador.

23 de febrero 2015
El cristal del mirador.



Siempre he pensado que todo depende de cómo se miren las cosas, y aunque pueda parecer algo lógico y resabido, cada vez siento que esa percepción va tomando más fuerza. Fuerza de verdad, diría yo. El relativismo tiende a poner todo el mundo en tela de juicio, y más hoy en día con esta democracia malentendida y caprichosa en la que vivimos. El primer ejemplo que se me viene a la cabeza cuando digo, u oigo, que todo depende del cristal por el que se mire es el dualismo del vaso medio lleno o medio vacío. El positivismo o el negativismo. Hay gente que ante cualquier suceso se viene abajo y piensa de forma triste y lastimera, victimista acaso y otros que se reponen en seguida o encuentran la luz del humor para no tomárselo tan a la tremenda. Es el primer ejemplo que me viene a la cabeza porque es el más manido; parece que el mundo se divide en positivistas y negativistas. También porque es la primera piedra de toque, un relativismo simple que afecta al individuo simple y único. Pero el cómo se miren las cosas no se refiere sólo a esto, sus ejemplos son infinitos, tantos como personas ha habido, como personas hay y habrá; tantos como neuronas tiene toda la humanidad, como situaciones y vidas se hayan vivido a lo largo de la historia. El prisma de la visión afecta a todo, incluyendo sensaciones, emociones, sentimientos y pensamientos. Pero quiero diferenciar el relativismo al que me refiero del descarnado uso de la retórica para los propios fines del que alardeaban los sofistas, que estaban convencidos de que la verdad era relativa, y por ello podían usarse las armas que uno considerase necesarias para mostrar que lo injusto, en su base, no lo era tanto; o justo lo contrario. No puedo negar tal afirmación en su totalidad, pues la comparto en gran medida, pero con matices. Matices platónicos, podríamos decir. La verdad no se puede asir ni aprehender, no se puede expresar, no se puede, incluso, llegar a ver. Pero eso no quiere decir que no exista. Platón, en su mito de la caverna, viene a decirnos que la verdad depende de qué la ilumine. Dentro de la cueva era el fuego que provocaba las sombras, pero una vez fuera era el sol. Por lo que yo entiendo que, tras el sol, hay más mundos, más realidades, más cavernas, como he dicho en una entrada anterior. Esto me lleva a preguntarme: ¿si depende todo de lo que lo ilumine, no habrá siempre algo detrás de cada objeto que permita ver ése objeto? Me explico. El fuego hace posible el mundo de sombras dentro de la caverna, por lo que es el fuego el que permite la visión, es la naturaleza de la llama la que permite que los que allí estén encerrados den sentido a su mundo; una vez fuera de ella es el sol el que permite la visión e interpretación de las cosas, funciona igual que funciona la lumbre, que necesita de ciertas condiciones para alumbrar, necesita de algo que lo origine, algo que lo haga existir a él también para que, después, él pueda mostrarnos el mundo. Luego, algo debe haber detrás del sol para que éste exista, y detrás de eso que crea y mueve al sol, que le da la existencia, debe haber, sin duda alguna, más cosas detrás. Eso es el relativismo, que no todo es simplemente como se presenta, que hay tantos vértices y aristas en las cosas que es imposible conocerlas todas. Eso en la fuente de la luz, otro tema es el receptor, en este caso, el individuo que recibe o bien las sombras, o bien los objetos. Pues cada cual tiene su visión, acotada por sus condiciones y su tiempo, su experiencia y su capacidad de abstracción. Saber esto, que cada individuo ve el mundo de forma distinta, no hace si no dar más fuerza de verdad al relativismo. Pero, reincido, que la verdad dependa de la luz tanto como del que ve, no impide la existencia de la verdad. Me explico: podemos ver un vaso, que puede estar medio lleno o medio vació, puede que esté frío para una persona y tibio para otra, que se vea de día y no de noche, que el contenido sea del gusto de uno y no de otro, incluso que el vaso sea bello para alguien y para otro no. Pero el vaso existe. Las opiniones sobre el vaso no son más que interpretaciones de la realidad, pero la verdad, la realidad, el vaso, esta ahí; da igual que no sea el mismo para todos. Cuando digo vino también digo uva, y vid o parra, y barrica y líquido y tierra y agua. Cuando oigo la palabra vino me viene a la cabeza una copa perfecta, con su color burdeos y reminiscencias del sabor de vinos anteriores; pero cuando me tomo una copa de vino, ésa copa no es exactamente la que me he imaginado, ni será igual a ninguna copa que me he tomado ni que me tomaré, aunque sea de la misma botella. Depende todo de mí y del vino, que puede estar más caliente o frío, o que tenga yo más ganas o menos de tomarlo. Pero no deja de ser lo que es. A eso se refería Platón con su Mundo de las Ideas. No es más que el reconocimiento elegante y sofisticado de lo que decía Sócrates: sólo sé que no sé nada. Pues la realidad material participa de las ideas de los objetos, de las personas, emociones y sentimientos. Otro ejemplo es el amor. En el imaginario individual de cada uno el amor tiene una forma, pero no es igual para todos. Uno puede amar de una manera totalmente distinta a otro, y ambos sienten el amor. Y si se les preguntase a cada uno, te describirían el amor, más o menos de la misma manera, se referirían casi a las mismas sensaciones, a las mismas voluntades que los hacen amar o ser amados. Aunque en la práctica cada uno lo desarrolle de manera distinta, siendo el amor que buscan, o sienten, parecido o casi igual. 
Las cosas dependen de como se miren, pero siempre se tienen que mirar. La verdad absoluta es ininteligible para el hombre, pero no por eso hay que cesar en su búsqueda. Más que nada porque, a fuerza de buscar se encuentran otras cosas. A fuerza de entender la realidad vamos saliendo de las cavernas. 

Las cavernas.

19 de febrero 2015.

Las cavernas. 


¿Por qué tuvimos que salir de la caverna O mejor aún, ¿por qué hay gente que sigue dentro? La caverna no es la zona de confort, no es tu casa, no es tu vida, no es si quiera, el desconocimiento. La caverna es el símbolo de la ignorancia, la cual hay que diferenciar bien del desconocimiento. La ignorancia es altanera y orgullosa en el extremo más alejado, rayando el narcisismo más egolatra, lindando con la desesperación más tozuda. En la caverna las sombras eran todo el universo, o eso decía Platón en su metáfora, si se sacara a uno de los que siempre han estado viendo las sombras se sentiría desconcertado, dudando de sus ojos, aunque, supongo, no de su sombra, a la que identificaría como a sí mismo, por mera y pura inercia del comportamiento. El sol deslumbraría sus ojos y andaría perdido y desubicado hasta que asumiera que su pasado sólo estaba constituido por fantasmas; todo estaría ya deshecho y deshilachado, no quedando un sólo conocimiento práctico para su nueva y extraña existencia. El desconocimiento es algo natural, normal y necesario, más que nada porque el opuesto, la plena consciencia, el omnisciente, es imposible. Pero la ignorancia tiene una naturaleza más oscura, que puede llegar a envenenar el alma si no se trata a tiempo, y muchas veces, la mayoría, ataca al cerebro y se ceba con el corazón, no dejando al huésped del virus otra opción que subyugarse, aceptar que el parásito es el amo y obrar según su nueva condición. La gente que aún vive en la caverna es la que no presta atención, la que, intuyendo que lo que ve, lo que oye o siente no es la realidad, se ufana en interpretarla como tal, no viendo más allá de la sombra de su nariz. El mito de la caverna suena tan ancestral que parece que ya no merece la pena seguir interpretándolo, buscar nuevas y más actualizadas metáforas (pues las contiene). Esto sólo se explica por la superposición de cavernas, creo yo, o me digo a mí mismo. Al salir de una, lo que antes era real ya no lo es, y no se puede volver a ver el mundo como antes era; esos recortes de la luz ya no nos consuelan como antes hicieran, ya no vemos el mundo delimitado y seguro; cuando salimos de la primera sala (la de las sombras) se extiende otra de mayor tamaño; y como ocurriera con la primera, parece que es todo lo que hay. La segunda es más grande pues abarca la primera, pero es parte de una tercera, y ésta de una cuarta, pudiendo contar hasta el infinito. ¿Cuál es la última caverna, la definitiva, la mayor y más grande? La de Dios. Otra explicación no cabe. Todo esta interconectado, nada existe por su propia voluntad, todo es resultado de causas anteriores e, ineludiblemente, causa de consecuencias futuras. Nada permanece en el presente, aunque siempre se halle en él. Así pues, las cavernas se van reproduciendo, como un laberinto lleno de recovecos insondables. Nuestro conocimiento sobre las cosas está acotado, tanto por nuestros sentidos como por nuestro lenguaje. Al salir de nuestra primera caverna, que bien podría ser la fe en nuestros padres y su todopoderosismo, estamos desamparados y solitarios, miedosos y febriles, alejados de la certeza que era confiar en otras personas para nuestro bienestar; ahora dependemos de nosotros y eso abre un mundo de posibilidades. Las siguientes cavernas atienden a dos órdenes: 1) el crecimiento interior y 2) la interrelación con nuestras circunstancias. Ahí es donde entra la ignorancia, que no quiere que sigamos escalando cavernas, que ya se asemejan a montañas, por lo empinadas y peligrosas que se nos muestran ante nuestros ojos deslumbrados. La ignorancia sigue al miedo y busca esconderse de él, pero permaneciendo siempre en su sombra. Así pasa que si las circunstancias nos afectan de una manera que no entendemos, que nos parecen injustas o demasiado desmedidas y crueles, creemos que el mundo nos ataca y sentimos la necesidad de enfrentarlo; ¿pero dónde están nuestras armas? Porque nos han soltado desnudos en este mundo, sin consejo ni ayuda. Por eso es fundamental el conocimiento interior. Cuesta comprender que, dentro de este nuevo mundo, de este lugar desconocido que es la segunda caverna, también nosotros hemos cambiado. Es lógico. Las circunstancias mutan al hombre y sus retos. ¿Cómo vamos saliendo de las distintas cavernas? ¿Es bueno el camino que no te deja retroceder? No tengo las respuestas, ni nadie lo suficientemente inteligente intentará hacernos creer que su respuesta es la correcta. Pues no todos nos enfrentamos a las mismas cavernas. Y siempre estaremos dentro de una, luchando contra la ignorancia sedentaria que nos pretende atar y corromper nuestro espíritu aventurero. Y ésta es la lucha más encomiable del hombre, la que merece los más altos honores, la lucha contra la ignorancia. Como decía Sócrates: yo sólo sé que no sé nada. Y añadiría: pero quiero saberlo todo. 

Mujeres de hora y media.

14 de febrero 2015

Mujeres de hora y media. 


H
ay muchachas que se te escapan al entendimiento, que huyen de cualquier lógica humana, de cualquier pensamiento racional y que sólo se las puede admirar a través de los sentidos, y aún así hay cosas que se escapan. ¿Cómo se puede expresar algo que no se sabe cómo se percibe? Como sus hombros, salpicados de lunares alejados, pequeños, como virutas de chocolate negro. O su pelo, que de tan rebelde hace lo que quiere con su cara. O sus manos alargadas y finas, pintadas de varios colores, con los nudillos marcados y las venas trasluciéndose levemente, azulando su piel blanca. O los labios, o las pestañas. 
Hay muchachas que sólo aparecen en las películas, que no adolecen de las incoherencias nimias, de los arrebatos de calor y furia, de las inseguridades manifiestas y de las pequeñas cosas de las que se compone la realidad. Y se te entran dentro porque son lo que te gustaría que fueran, con sus diálogos profundos, las alegorías y las metáforas perfectas. Con la luz incidiendo de tal manera que no podía ser de otra forma, con esos decorados que dicen tanto como las palabras. Entonces pasa que todo eso gira dentro de uno, dejando que en el alma se cree un torbellino de imaginación poderosa e incontrolable, dejando el pecho hueco y hambriento. Y piensas, con casi toda la razón de tu lado, que sólo existen en las películas; y que sólo así pueden ser reales, que nadie tiene el magnetismo natural que tienen las ilusiones guionizadas; que si alguien te piensa te puede crear a su antojo y a su ritmo, que esas mujeres preciosas están ahí para eso, para desencadenar la ilusión de realidad, para que sueñes con ellas y se te metan en el seso; para que no dejes de buscar esa utópica naturaleza. Porque dicen cosas que llegan, palabras medidas, con sus silencios y su música de fondo que tan bien le sientan. Y tú, que no eres más que uno que está sentado en un sillón, viendo un película, piensas que ojalá, que por qué no, que sólo hay que buscar un poco más, que todo puede llegar, que puede que sí si se intentase... 
A mí las mujeres de las películas me afectan, qué le vamos a hacer. y sí, inconscientemente busco, secretamente sueño, y me revuelvo y me contradigo, porque sé la verdad, pero eso no siempre importa. Y la verdad es que ésas mujeres existen, pero no sólo durante hora y media; tampoco les pasan cosas dignas de ser narradas, no son existencias profundas e interesantes, no tienen los diálogos tan bien medidos; aunque esto sea porque no se acotan, no pretenden ser metáfora de nada, sólo reflejo de la realidad. Así, si te tomas en serio los sueños con las protagonistas de las películas caes en el error de juzgar la realidad con un filtro equivocado. Aquí, en la vida, las cosas siempre se suceden unas detrás de otras, sin espacios de publicidad, sin flashbacks ni saltos de espacio, no se superponen imágenes alegóricas. Por eso las mujeres no son tan perfectas, no van siempre bien peinadas ni tienen las sonrisas que se muestran en las películas. Pero tienen cosquillas y sudan, huelen y se cabrean. Y son celosas y mimosas. No podrán hacerte saltar los esquemas en hora y media, pero puede que cuelen su resumen en tu calendario.
Lo que quiero decir es que, aunque no existan las mujeres de las películas, hay chicas que son igual de perfectas, aunque los matices sean distintos. Y vuelvo a hacerme la pregunta de antes: ¿cómo se puede expresar algo que no se sabe cómo se percibe?
Y temo que no haya respuesta, pero espero seguir haciéndome la pregunta eternamente. E intentar responderla tantas veces como sea posible. Porque eso es lo que son las mujeres en el fondo, preguntas que nos hacemos que no podemos responder, pero aguantamos para ver si algún día, en algún momento, podemos entrever una respuesta, por pequeña que sea. Porque las mujeres de la vida real no duran hora y media, pero se perciben igual y más intensamente; incluso hay algunas que pueden durar toda una vida. Y el tiempo es oro. 

Dudas.

5 de febrero de 2015.
Dudas.



Al final del día siempre se hacía la misma pregunta, tumbado en la misma postura en su misma cama de siempre: ¿estaré obrando bien, será esta la vida mejor que puedo llevar, obviando mis fallos, mis aciertos son lo suficientemente buenos? Algunos días se respondía afirmativamente, henchido su pecho y su ego, sintiéndose su mejor versión; pero en otras noches se respondía de forma lacónica y triste, a veces enfurecida e iracunda, y todos sus pensamientos se teñían de una nostalgia pegajosa y densa que se le adhería a los párpados y los sesos. Nunca llegaba a una respuesta verdadera, y por verdadera él consideraba que debía ser firme y perenne, sobre su vida, sobre su propio ser. Esta pregunta siempre le asaltaba de noche y nunca de día, pues cuando el sol brilla, todas nuestras preocupaciones se encuentran desviadas hacia lo social y práctico, no quedando espacio de tiempo en el que preguntarse a uno por sí mismo. Él veía a sus amigos y conocidos en sus vidas lozanas y tranquilas, en sus diversiones más alegres y en sus ratos de estrés pasajero, y pensaba, con interior envidia, que él no disfrutaba igual de su existencia; en las redes sociales veía miles de fotos de chicas preciosas y semi desnudas que nunca podría conocer, y que, si lo hacía, pensaba, no lo mirarían; pues tan superior era su vida con respecto a la de él que nada podría acercarlo a ella, o a ellas. Veía las fotos de la fiestas de conocidos, con sus sonrisas abiertas y grandes, con los vasos llenos de alcohol, todos felices y contentos; o las fotos de la comida o de los viajes. Todas sembradas de "me gusta" y de comentarios favorables, animados y felices. A él casi nadie le comentaba, y no le importaba durante el día, pero por la noche... por la noche todo se difumina y se desatura, perdiendo la noción de los colores, tendiendo todo a la penumbra monocromática de la luz de la luna, salpicada, a veces, de reflejos amarillos de las farolas. 
Pero un día, por caprichoso azar, por la casualidad más rebuscada, su mente tocó la tecla de su pregunta, que sin llegar a responderla, lo acerco bastante su resolución: no existe un modo de obrar predeterminado, uno que se le calce como un zapato hecho a medida; él iba conformando su existencia a base de superponer errores y aciertos propios, no había forma de dilucidar qué eran aciertos y errores, no si se miran ambos con suficiente perspectiva. Su existencia era caótica e insondable, y lo sería para siempre. No podía presumir de cosas que la sociedad adora, ni sentirse acomplejado por otras que, casi sin razón, la gente desprecia. Se encontraba en el punto medio, en el equilibrio de la excelencia y la mediocridad, flotando y cayendo aveces para un lado, a veces para el otro, pero sin salir del punto medio. Y eso, pensó, con extrema lucidez, nos pasa a todos por las noches. Y es que por las noches, siguió divagando, nuestra existencia se nos revela sólo bajo nuestro punto de vista, sin filtros añadidos, y nos decimos cosas verdaderas que durante el día se encuentran dormidas o silenciadas por otras. Durante las horas de luz todo se mezcla y la sociedad toma fuerza de verdad; por la noche la verdad se la dice uno mismo y salen a relucir los deseos y complejos que podamos acarrear en la mochila, y, al estar cansados y predispuestos al sueño, que no siempre llega puntual, se desperezan estos pensamientos y nublan la mente. Pero al día siguiente se desvanecen, sólo quedando los posos de las cosas importantes en nuestra memoria. Y no siempre se ven con el sol, la mayoría de las veces, los posos, se guardan en un cajón de la mente para volver a salir sólo de noche, otra vez. Así, antes de dormirse pensó: mi vida no es ni buena ni mala, ni mejor ni peor que la de los demás; mi vida es mía, mis aciertos son propios e intrasferibles, como los fallos. El ansiar la vida de otros es una forma de despreciar cada respiración, cada latido, que me mantiene con vida. Igual no acertaré a saber el sentido que toma mi vida con cada acción, pero, al menos, sé en qué dirección sopla el viento. 

El vivo recuerdo.

1 de febrero 2015

El vivo recuerdo.



Fueron las noches en vela, todas acumuladas y sumadas, las que hicieron que se prendiera la llama; así, el fuego resultante de todas las ardientes individualidades iluminaba la estancia, y la calentaba. El humo negro de la barbacoa ascendía fuera, tostando la carne y el blanco del tabaco se mantenía suspendido sobre nuestras cabezas, alimentándose de nuestras animadas charlas, saltando de la boca de cada uno; y parecía que cada cigarrillo era una antorcha que sujetábamos para vencer a la oscuridad. A quien se le diga que aquella reunión era por motivo de un funeral, que la escusa para volver a vernos todos era un entierro, que en la pérdida encontraríamos un lugar donde florecieran las sonrisas, donde abundaran los chistes malos, un lugar donde reinaran las anécdotas, donde pudiéramos bailar para deleite y regocijo de todos... nos hubiera tachado de locos, de faltos de sentimiento, incluso de faltar a la memoria de quien, por motivo de su muerte, nos había reunido. Pero es en la muerte donde la vida cobra sentido, donde gana fuerza y poder, haciéndose preciosa, como un regalo, como la primavera, tan llena de colores y sonidos que es imposible mantenerse al margen, y ya sea por alergia o alegría, por originalidad o contagio, todo se tiñe de los mismos colores, no dejando a nadie caer en los tonos plomizos y lúgubres que, se supone, deben seguir a la muerte. Mi abuela recién fallecida nos miraba desde nuestros recuerdos con la cara que siempre ponía al vernos reunidos, al girar todo entorno a ella, la más mayor y poderosa fuerza de unión de la familia. Y, sinceramente pienso, que estando todos allí, reunidos y alegres, distraídos y ceremoniosos, éramos invencibles; habíamos superado el dolor que nos causaba la pérdida de quien siempre estuvo ahí, de la primera que llegó, de la que nació todo, la que era motivo fundamental de nuestra existencia y, de forma indirecta, de nuestra alegría. Se fue en paz, se fue dormida, con todos en las faldas de su cama. Pudiera haber sido un momento triste, pero no lo era, no lo puede ser nunca cuando alguien se va dejando sólo buenos recuerdos, cuando su memoria se convierte en algo alegre y lleno de bondad. Despedimos a mi abuela como se debe aceptar la muerte natural, con más vida, con más ganas de seguir viéndonos, deseosos de encontrar otras escusas que fueran el motivo de muchas más reuniones futuras. Y entendí, más que nunca, que la muerte es consecuencia de la vida, y viceversa. Por eso ella siempre estará cuando nos reunamos todos como siempre estuvo, sentada en su sillón, tímida y encogida cerca del fuego; traspasando su espíritu la amarga sensación de la pérdida, quedando sólo lo cálido, como una vela dentro de cada uno que, al unirnos, crea una hoguera donde podemos reunirnos a comer y beber, a cantar y reír, todos embriagados de amor familiar; una luz que brilla a través del tiempo, por encima de la muerte, siempre dentro de nosotros, de por vida.