Los peces en las redes.

10 de mayo 2015.


Los peces en las redes. 



¿Qué diría Platón de la aplicación práctica de su mundo de las ideas? Me refiero al actual mundo virtual, al reino de internet, de los smartphones, de las tablets; al de los ceros y unos en definitiva. No es exactamente a lo que se refería Platón, pero me vale como ejemplo. Un mundo donde todo es imaginario, donde la realidad queda desplazada y sobreviven los instintos más básicos del ego. Allí dónde cada uno puede mentir a su manera, y la mejor forma de hacerlo es hacerlo mucho. 

Tenemos muchas aristas desde donde vender nuestra personalidad y nuestro físico. Parece que lo que antes se reunía en una sola plataforma ahora se divide y necesitamos más tiempo y distintas formas de darnos a conocer. 

¿Que es real en las redes sociales? ¿Quién es real? 

En esta época nos han metido con calzador el verbo compartir, que evoca tanto, que suena tan solidario, tan necesario y fundamental que ya no concebimos una cultura sin él. ¿Qué es la vida si no la compartes? Es la pregunta que me suelo hacer, que me han impuesto, que me obligan a preguntarme. Compartir, compartir. Pero es que me he pasado toda la vida buscando un hueco en el que encajar, una forma de ser que sea mía, una diferencia sustancial con mis congéneres lo suficientemente personal para llamarlo personalidad que no entiendo por qué ahora me obligan a compartirla. 
Una frase de promoción de una red social dice algo así: lo que vives merece ser compartido. ¡Toma ya! Di que no, niégalo si tienes huevos. 
Tan categórica es la frase que parece que nada escapa a ella. Dos puntos fuertes: merecer y compartir.

¿Qué más se le puede decir a una persona de este siglo para que le puedas vender todo lo que quieras? Nada. 

¿Por qué es necesario compartir lo que a uno le pase, sea lo que sea? Parece que nos quieren decir que si nadie sabe lo que haces no existes. Que la máxima expresión del ser humano es exponer nuestra vida como si estuviésemos en un escaparate iluminado. Para eso funcionan las redes sociales actuales. 
Luego está el otro verbo peligroso y dulce: merecer. No creo que haya nadie en el mundo que no se sienta merecedor de algo. Dile a alguien que no se merece algo bueno que le pase, aunque esto haya sido por pura casualidad. El verbo merecer es peligroso y encaja en todos los oídos. 
A mí la red social que más me gusta es instagram, porque es en la que cada uno muestra lo que le gustaría ser. Es una ventana al consumismo trivial, un lugar donde cada uno se vende porque todos deseamos ser comprados. Deseamos que nos consuman, como una especie de prostitución del ego, de la personalidad. 
No veo ningún problema en el deseo de ser comprados, considero algo innato de nuestra naturaleza social; el problema viene cuando somos nosotros los que nos ponemos el precio. Vuelta al merecer subjetivo. A la justicia propia y trivial. 
Podemos vender nuestro físico, nuestra imagen, o nuestros gustos y pensamientos. Por compartir una canción o un texto que me ha gustado, o que he escrito, parece que estamos abriendo una ventana al a gente para que nos conozca; porque consideramos que lo que hacemos, mostramos o nos gusta, es de interés para la gente. Porque merecemos que se nos conozca, porque lo que compartimos es importante, porque queremos ser, en cierta medida, conocidos. 

¿Mis gustos definen mi personalidad? ¿Mi cara en una foto es el reflejo del alma?

¿Hasta cuando ponemos morritos y enseñamos abdominales o tetas? ¿Qué clase de alma es ésa? 
A mí me gusta el rock y el rap y algunas canciones de Julio Iglesias; me gusta Da Vinci y Picasso; soy mucho de Woody Allen y de comedias románticas; ¿qué dice eso de mí? 
He empezado hablando de Platón y de su mundo de las ideas porque me parece que la época actual se basa en eso mismo. Existe un mundo real donde cada uno es como es, pero que se plasma de una forma descontextualizada en el mundo virtual. Siendo el segundo. La vida a través de una pantalla, siempre. La vida a través de una pantalla, cuidado. 
Pero siempre nos quejaremos de que nos compren los que no queremos, los que vienen atraídos por el llamativo papel que nos recubre. Y no nos merecemos eso, ¿a qué no? 
Pero ¡ay! nos vendemos sin criterio y esperamos que nos compren gente que merezca la pena.

Porque nosotros valemos la pena,  porque siempre nos merecemos algo mejor, ¿no? 

Menos compartir, que es comprar y vender, y más regalar. Menos acumular fotitos y más regalar experiencias. Menos estar conectados y más desconectarse del mundo. 
En definitiva, menos de todo para ser más uno mismo. Porque puede pasar que después de tanto posar para una cámara se te olvide tu reflejo en el espejo. Y eso puede llegar a ser muy triste. 



#Instagram.

2 de mayo 2015.



#Instagram.



Se me estaban empezando a dormir las piernas en la terraza del "Bá de fran", con el sol calentándome la espalda, cuando una conversación atrajo mi atención. Eran dos muchachas de más o menos mi edad, a saber, unos veintitantos. Lo que no aclara nada, pero ahora todo el mundo es más o menos igual desde que cumple los dieciocho, incluso antes, hasta que llega a los treinta, o incluso después. 

Una era rubia, de un tono tan intenso que parecía imitación de oro, la otra morena, su color natural, pensé. 
Hablaban de la gente a la que seguían en instagram. Que si ese tal Pablo era guapísimo y que además vestía genial. A las dos les gustaba ese chaval, al que yo no pude poner cara, pero me lo imaginé. 
-¡Mira que ojos! ¡Qué guapo es! - decía la una a la otra mientras se sumergían en su perfil. Pasaban las fotos con el dedo, porque lo veía, y se detenían en alguna y se quedaban en silencio observando. 
- Pero la novia no es tan guapa. No sé qué hace con ella. - dijo la rubia. 
- Ya, siempre hay tontas con suerte - se lamentaba la otra. 
Me enteré que también seguían a la novia, porque se metieron en su perfil y criticaron lo que había subido el día anterior. 
Hicieron lo mismo que con Pablo, sólo que el tono era distinto. Sus caras pasaban de la risa más ácida y cítrica a la cara de mayor asco posible, como si olieran huevos podridos o comieran comida caducada. 
- Mírala, siempre enseñando sus ojos azules. Mira casi todo son selfies. ¿Has visto sus fotos de verano? Le sobran unos kilitos. No sé qué habrá visto Pablo en ella, con lo guapo que es... ¡y los ojazos que tiene! - contaba la morena. 
- ¡Ya te digo! - contestaba su amiga. 
Siguieron cotilleando a más gente. A mí la duda me iba creciendo en el seso. ¿Cómo sería ese Pablo? Yo ya me lo imaginaba como un Brad Pitt, o un Ashton Kutcher. Y a su novia como una especie de Paz Padilla o Rosi de Palma. 
Estas dos amigas no estaban mal, eran delgadas, no demasiado altas y no eran feas. Iban bastante maquilladas, pero sabiendo lo que hacían. La rubia, además, tenía los ojos verdes, y los resaltaba con la típica y siempre efectiva línea negra que recorre los párpados. La morena tenía uno labios bonitos y una nariz chiquitita. No eran nada del otro mundo. Por eso me imaginaba a la novia de Pablo como una especie de adefesio contrahecho. 
Siguieron criticando a más gente, a más chicas. Algunas, por lo que entendí, eran amigas o conocidas suyas. 
- Mira cómo enseña carne, es una guarra. 
- ¿Y esas fotos de cerveza, qué se cree, que nos da envidia? ¡Bah! 
- ¿Y éste, que ha empezado a seguirme ahora? ¿De qué va? Le dio a me gusta a no sé cuantas fotos mías. Algunas de hace ya un par de meses...
- Ése es un enfermo. ¿Lo sigues?
- ¡Qué va tía! ¿Por quién me tomas? 
El camarero se acercó y me preguntó si quería algo más y le dije que sí, que otro café con hielo. La conversación me interesaba. 
-¿Has visto que fotos más chulas hace Roberto? El otro día subió fotos de su novia en ropa interior y están muy chulas. 
- Qué va, yo no lo sigo. Ahora mismo lo agrego. 
Por razones que nunca entenderemos, las casualidades ocurren y, muchas veces, cuando deben. Una muchacha castaña y de aspecto frágil, con el pelo largo, y la cara y las extremidades muy finas, pasó por la acera de la terraza del bar. Se sentó en una mesa cercana a la de las dos amigas y se quitó el pelo de la cara, dejando ver unas facciones finas y dulces, con unos grandes ojos azules que sobresalían. De inmediato las dos amigas bajaron el tono y juntaron las cabezas. Luego vino a sentarse un chaval a la mesa de la nueva muchacha. Un chico de pelo ligeramente rubio y rizado, alto y atractivo. Saludó a la morena con un beso en la boca y luego a las dos amigas con un gesto de la cabeza y de la mano. 
- ¡Hola Pablo! - dijeron las dos amigas al unísono. 
¡Ése era Pablo! Y esa debía ser su novia. Por lo que había oído a él me lo imaginaba más o menos como era, pero a ella no. Era mucho más guapa de lo que opinaban las dos. Y mucho más atractiva que ellas juntas.  
Las dos amigas dejaron de cotillear el intagram de todo el mundo y se pusieron a hablar cada una con su móvil, sin articular palabra entre ellas. 
Antes de irse se hicieron un selfie con el palo, poniendo morritos y enseñando algo de escote.
- ¡Que guay tía! Salimos genial. La voy a subir ahora mismo. 
- Pero si acabas de subir la de la tortita y los cafés que nos hemos tomado...
-¡Da igual! Si instagram está para eso ¿no? 
Y se fueron, no sin antes echar una mirada que parecía un mal de ojo a la novia de Pablo. 
Yo me terminé el segundo café sin saber si pensar que hoy en día la gente es más estúpida, o si lo era yo, por no entender cómo se comporta ahora la gente.