—
¿Pero tú estás segura de esto? Me parece un poco
turbio todo esto. ¿Has visto los posters? No me fio de éste tío — le dije a
Nuria, que me miraba con ojos asustados.
—
Ya, es todo un poco extraño, lo reconozco. Pero
es que necesito saberlo, no puedo estar a base de suposiciones y de frases con
significados ambiguos — Nuria no se
estaba quieta en el pasillo, giraba sobre sí misma y no se sacaba los dedos de
la boca.
—
Es que di tú que el tío es verdad lo que dicen y
es bueno.
—
Precisamente eso es lo que no me gusta. Si es un
farsante, pues mira, otro más, no me sorprende. Pero si es bueno, ¡joder, si es
tan bueno como dicen ninguno estamos a salvo! — dije alzando la voz justo
cuando la secretaria volvía para acompañarnos.
—
Seguidme — dijo con su dulce voz.
La seguimos por los pasillos. En todas las paredes estaba la
misma figura de espaldas, solamente variaba el color de fondo. Todos los
posters eran del mismo estilo, algunos con la silueta de un perfil, otros de
cuerpo entero, en plano americano, etc. Pero en ninguno se veía el rostro del
protagonista. Entramos a un despacho muy sobrio, allí nos esperaba él; de
espaldas, como no podía ser de otra forma.
—
Sentaos — dijo aún sin darse la vuelta.
—
Veníamos porque una amiga le recomendó.
El hombre se dio la vuelta y nos miró a través de sus gafas
con interés.
—
¿Cómo se llama? — dijo directamente a Nuria.
—
Fernando — respondió ella algo vacilante.
—
¿Sólo Fernando? — preguntó el hombre.
—
Fernando Gómez Avellado.
—
¿Y en Instagram?
—
Fergoa_93 — contestó Nuria con cierto rubor.
El hombre asintió y dijo entre dientes algo como: “típico”.
Encendió la pantalla que tenía a su izquierda y tecleó algo. Nuria me miró
bastante nerviosa y yo agarré su mano para apoyarla. El hombre estuvo mirando
unos minutos en su ordenador con fruición, movía el ratón velozmente y clicaba
de forma ultrasónica. Esbozaba ligeras sonrisas de vez en cuando, se atusaba la
perilla negra y emitía sonidos de desaprobación casi inaudibles. Mantuvimos la
calma y fuimos pacientes hasta que el hombre volvió a girar la silla para
mirarnos.
—
Creo que podría tener el informe en dos semanas,
tengo mucho trabajo ahora mismo, terminan los exámenes y estamos ya en
temporada de bodas y comuniones, además de los inminentes festivales.
Entenderéis que tengo mucho trabajo.
—
Lo entendemos — dijo Nuria, aunque no
entendíamos una mierda.
—
Entonces, por lo que he visto ahora, así por
encima, me da la sensación de que lo que pretendes que haga es un informe sobre
la situación sentimental actual de Fergoa, ¿no?
—
Sí, algo así.
—
Como intuyo que las intenciones no son sanas, si
no autodestructivas y viscerales… ¿Porque vosotros ya no estáis juntos, no?
—
No, no, lo dejamos hace tres o cuatro meses… —
Nuria me apretó la mano, estaba muy nerviosa, notaba palpitarle el corazón en
las venas de la muñeca.
—
Serán quinientos euros, la mitad ahora y la
mitad después.
—
¿Tanto? — rompí mi silencio.
—
Tanto. Ya os digo que tengo mucho trabajo y que
acabo agotadísimo.
—
Bueno, tampoco es que haga usted tanto — dije
algo altanero. Nuria me apretó la mano pero por razones distintas.
—
¡Claro que no! Yo no hago nada especial, no soy
ingeniero. Mi don es la vista, no tengo que hacer nada, solo tengo que saber ver.
El arte está en reconocer los indicios, ¿crees que la gente sabe la información
que da de sí misma en las redes? Ni de coña. ¡Creen que enseñan lo que ellos
quieren, que son un misterio por resolver, que las fotos no los definen, que
los Stories no los definen; creen que juegan al despiste y que ocultan mucho
más de lo que muestran! Pero te voy a decir una cosa, cuando lo dejaste con
Esther no hiciste bien las cosas; ¿qué fue eso de ir por los bares donde sabías
que te podías encontrar con Alba? ¿Y esas canciones de los Rolling Stones? ¿Y
qué me dices de rescatar a Hendrix? ¡Cómo son las mujeres, eh! Que te impelen a
volver a esa música que te hacía sentir tan joven.
El hombre me miraba fijamente, pronunciando cada palabra con
intención, apretando las consonantes para que fueran más sonoras. Cuando empezó
a relatar parte de mi vida me sorprendí, pero en seguida recordé donde estaba y
que él era El Pescador, el más recomendado detective de redes sociales del
país. Su mirada se mantenía fija en mí y noté cómo me cambiaba el gesto ante
tal muestra de poder. Supuse que había sido Esther quien había contratado sus
servicios para espiarme.
—
La gente no sabe lo que comparte, es imposible
que lo sepa. Los me gustas se notan, las comas, el tiempo de respuesta a una
pregunta, las horas en las que te acuerdas de algo y escribes por propia
voluntad; la música que se comparte, las frases de las canciones que nos
gustan, las fotos al sol, los pie de texto; el olvido de las respuestas
premeditado, el aguantar el me gusta para darlo cuando parezca que ya no iba a
llegar… La gente está todo el rato mostrándose, exhibiéndose, pero todos juegan
a que nadie los mira.
—
¿Fue Esther? — pregunté.
—
No.
—
¿Entonces? — insistí confuso.
—
Secreto profesional. Pero sí te voy a decir una
cosa: no somos invisibles, chico. Todos los ojos nos miran, aunque sea de
pasada, tu cara le suena a la gente que no sabes que has visto. Tu nombre se
dice por ahí de forma fortuita, con alegría y rabia y pena.
El hombre se giró hacia Nuria y le repitió el precio y el
tiempo que tardaría en llevar a cabo la investigación. Nuria aceptó y le dio la
parte que correspondía. El Pescador le dijo antes de que saliéramos por la
puerta que debía mandarle pantallazo de las conversaciones de whatsapp que tuviera
con él, Nuria lo recibió como algo completamente normal, sin atisbo de
intromisión en la intimidad y asintió.
Dejé a Nuria en su casa y paseé hasta la mía pensado primero
en la necesidad de saber de mi amiga y luego en la necesidad de quien fuera por
saber de mí. Y como todo está abocado a la opinión ajena, pensé en si habría
decepcionado a quien pidió que se me investigara.
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