Loca.

22 de enero 2015

Loca.




La gente solía decir de ella que estaba loca, y no les faltaba razón; se mirase por donde se mirase ella, que a simple vista era una chica normal, estaba ida de la cabeza. La gente la conocía y la miraba y hablaba de ella. No era tonta, lo sabía. Era inteligente, por eso estaba loca. La locura no asalta a aquellos que no sobresalen, no va a visitar las noches de los que duermen renegando de madrugar al día siguiente, no se acuesta con los que se quejan de su existencia soñando vidas mejores; la locura visita a aquellos conformistas que, aún sabiendo sus limitaciones, se empeñan en ignorarlas. Pero no de una forma suicida, si no de una forma consciente, de una manera que escapa al entendimiento mundano. Podría decirse que la locura es un don que hay que saber apreciar. A ella le gustaba hacer el tonto, reírse por cualquier cosa, observar más que mirar, sentir, emocionarse y pensar; por eso la gente hablaba de ella, porque en el fondo la envidiaban. Los chicos se acercaban atraídos por la gravedad de sus dos planetas azules, con su agujero negro en su interior, que todo lo tragaba, que absorbía cada fotón. Alrededor de ella volaban los electrones y le erizaban el pelo. Le encantaba imaginárselos como moscas, pero no las cazaba. La gente no sabe, porque se queda sólo en la superficie, que las moscas no sólo van a los excrementos, si no también a lo dulce y lo salado, y a lo intermedio. Y aunque sólo fueran a la mierda, de todo se puede extraer algo positivo. Tiene también unos labios acostumbrados a decir palabras raras, a pronunciar palabras de fantasía e inventar historias ininteligibles. A la gente no le gustaba esa tendencia a la imaginación, acostumbrados a su mundo recto y práctico. Cuando ella confesaba que le encantaba quedarse hasta las tantas leyendo, o escuchando música, todos pensaban que qué pérdida de tiempo, criticaban su lozanía, su obstinación por seguir siendo una niña a la que le gusta jugar. Solía vérsela caminar con música en los oídos, saludando a los que conocía con una sonrisa, a veces hablando sola, a veces mirando ensimismada cualquier cosa insignificante. Se decía de ella, aparte de que estaba loca, que no era de fiar, que no se sabía por dónde te podría salir. La gente la huía, y ella sabía por qué. No porque estuviera loca, eso es quedarse en la superficie. La huían por miedo a que sus mundos se rompieran; grandes esferas de vidrio, a modo de espejo, que sólo reflejan las caras de quienes se miran. ¿Para qué complicarse la vida con ideas extravagantes, para qué salirse de lo típico, de lo conocido? Con lo bien que se está de casa al trabajo, con la televisión encendida y las fiestas de los fines de semana. La locura de ella no era nociva, aunque pretendieran que así se viera; su locura era sana e incluso, me atrevería a decir, beneficiosa para todo aquel que quisiera acercarse y contagiarse. Los chicos que querían besarla pronto se deshilachaban delante de ella, quedando hechos ovillos informes en el suelo, y eso no les gustaba. No querían que alguien los desconcertara, los deshiciera y les dijeran cosas que no entendían del todo. Ellos quieren cosas fáciles, a su alcance, y ella no lo estaba. Porque creen, como la mayoría, que la belleza es algo que se ve a simple vista, pero no siempre es así. La belleza tiene mucho de locura, mucho de sensibilidad, mucho de original y poco de cotidiano. Ella es bella porque no es como los demás. Y ellos, que tanto daño creían que le hacían, sólo aumentaban su belleza natural. Y ella lo sabía, que no era tonta. Sólo estaba loca. Sólo sabía cómo vivir su vida. 

Pajarillo.




20 de enero 2015


Pajarillo.




E
lla había celebrado la entrada del año nuevo dando las gracias, por lo vivido y por lo que estaba por venir. Agradecía de todo corazón su suerte, que antes pareció tan esquiva y que ahora se revelaba tan nítida e inquebrantable que, pensaba, no podría haber ocurrido de otra manera. Y tenía razón. Todos sus propósitos para este dos mil quince destilaban positivismo, lucidez y buenas esperanzas. Como los de todos, ¿no? Siempre queremos mejorar, y ella quería más y más. Nunca nos conformamos con lo que tenemos, una voz interior nos pide seguir mejorando hasta el infinito. Y ella no era distinta. Las lágrimas vertidas con razón, llenas de ignorancia salada, de culpa quizás, de desamor, de miedo al cambio, de soledad, ya quedaron atrás; ni su silueta oscura sobre el suelo permanece, ni los cauces en sus mejillas, ni quien las hizo derramar. Ella celebraba en las redes sociales su nueva dicha, con su nuevo novio, con una nueva foto en la que se les ve felices y sonrientes. Porque la vida sigue, y nunca para, aunque queramos. Porque ella no pensaba en el suicidio, como nadie hace, o casi nadie. Positivismo sano, futuro brillante y hermoso, pasado difuminado y descolorido. Todos encontramos razones para celebrar, sólo nos hace falta una escusa, que no tiene ni por qué ser buena. Ella celebraba su noviazgo y su nueva situación laboral. Ella nunca asumió la soledad. ¿Y quien quiere asumirla? ¿Quien se encuentra de verdad a gusto sin nadie alrededor? Se dicen muchas cosas relacionadas con el amor, con la pareja, con la felicidad individual. "No sabe estar sola". Y el primero que pase tendrá sus besos. Ella era así, más o menos. No sabía estar en soledad, aunque no lo reconocerá nunca, ni falta que hacía. Las verdades íntimas a veces son las más difíciles de decir, y de esconder. Pero ella no regalaba sus besos a cualquiera, sólo al que apareciera, y eso es suerte. Que siempre aparezca alguien a quien abrazar, a quien arropar y follar, eso es un tipo de suerte. Su naturaleza la empujaba a agradecer su sino, que ella atribuía a Dios, o a la providencia. Y no andaba muy desencaminada. Pero nunca se paró a pensar que su actual situación dependía de su doloroso pasado, de las heridas de su corazón; incluso su agradecimiento era una especie de himno solemne a sus lágrimas derramadas, a sus cicatrices. Pues la suerte nunca es sólo cosa nuestra. 

Ella espera que éste dos mil quince traiga sólo alegrías y risas, orgasmos, confianza, diversión, ocio y buenaventura. Algo que, y ella esto no lo sabía, no es sano. Pero por desear que no falte, pues nadie desea pasarlas putas, aunque luego se resurja con más fuerza. Todos huimos del sufrimiento, aunque éste es siempre un paso necesario, profundo y denso. La felicidad es volátil y frágil, como un pajarillo enjaulado que canta cuando le da el sol y se siente dichoso y feliz, y nos brinda todos sus tonos, olvidando los barrotes por unos instantes. Así es ella, un pajarillo enjaulado que canta al futuro, enjaulada en su ser, sin saber estar sola. Quizás, con su suerte, nunca necesite aprender a estarlo. ¿No es ése un buen deseo para el año que recién empieza?

En el tren.

14 de enero 2015

En el tren.




Se suceden los kilómetros bajo el traqueteo rítmico del ferrocarril, cuya magia consiste en atravesar la distancia sin que nos demos cuenta. Pasamos por pueblos de los que jamás he oído hablar y de los que no recordaré el nombre; existen sólo en el instante en el que el tren se detiene y vomita e ingiere pasajeros. Hemos atravesado campos de cultivo que reposan tranquilos, sabedores del tiempo que les queda por madurar hasta que los recojan. Grandes ciudades traen muchos viajeros. Las gentes de ésta zona tiene caras desconocidas, con gestos de todos los colores; ropas invernales que se alternan con mangas cortas. Imagino que cada uno vendrá de un lugar distinto, que, nadie, excepto mis padres y yo, terminará el trayecto completo. Una fábrica exhala humo blanco a lo lejos, la veo alejarse, pues mi asiento da a la retaguardia del tren y mi espalda se abre el camino. Así las visiones me son más duraderas. Montañas con sombrero nos rodean. Una cordillera sin cabezas se extiende hasta más allá de lo que alcanza mi vista. Chavolas con techos de uralita son gobernadas por vacas negras; tractores amarillos aran la tierra oscura y húmeda, deteniéndose la mirada del agricultor en la serpiente metálica. no nos saluda, eso sólo lo siguen haciendo los niños. Otros ferrocarriles descansan en las vías paralelas, veo sus ojos cerrados y cómo sueñan sus motores sueños de trenes de alta velocidad. El AVE y su vía estrecha nos abandonaron antes de Puertollano. Yo no he visto ningún barco y, además, se encuentra rodeada la ciudad de montañas grises. Nada es lo que parece. Una muchacha morena está en el asiento de delante. Lo sé y la noto moverse.¿Cuándo ha subido? He echado una cabezada y ha aparecido ahí. No le veo la cara; lo intento a través del cristal, utilizando el reflejo, pero ella mira el móvil. Desliza la pantalla con sus finos dedos, con sus uñas sin pintar. ¿Qué cara tendrá? ¿Será guapa? Hoy he visto pocas chicas guapas y mi alma lo nota. Me quedo mirando su largo y liso pelo negro. Ha dejado el móvil y mira por la ventanilla cuando atravesamos un encinar moribundo; apenas unas pocas quedan decentes, todas las demás son crías. Le veo un trozo de la nariz, prominente y algo aguileña, me parece. Se deja ver también su par de labios rosas y finos; la boca cerrada se abre un segundo y suspira. ¿A dónde irá? Su billete reposa sobre la mesa que hay detrás del asiento delantero. El revisor aparece, ella entrega el billete, pero no consigo leerlo. Aún no le he visto la cara. La curiosidad se va apoderando de mí. ¿Acaso no tendrá cara, y por eso nadie se la puede ver? El revisor le sonríe y sigue su camino. Tentado estoy de agarrarlo por el brazo y gritarle, suplicarle que me diga cómo es; pero no me atrevo y pasa de largo para seguir su deambular por los vagones. La megafonía anuncia el siguiente pueblo: Brazatortas-Veredas. Y yo me río. La muchacha agarra su bolso y coge un paraguas que tenía en el suelo. Parece que se marcha. ¿Ya?No mujer, no... no me hagas esto. ¿Por qué? ¿Qué, vas a ver a tu madre, a tu novio? ¿No puedes aguantar un par de ciudades más? No te pido que sigas hasta Badajoz... pero hasta la linde con Extremadura...
Se levanta cuando aminoramos la marcha. Es inevitable. Entonces se gira y le veo la cara: sus ojos rasgados son negros y todo su rostro es alargado, terminando en una barbilla pronunciada, coronada por una ligera y estrecha curva. Lleva un pañuelo verde con lunares blancos. La miro. Me mira. Se baja del tren y éste se aleja. Salimos de la ciudad y aún me quedan cuatro horas de viaje. 

Sobre la libertad.

5 de enero de 2015.


Sobre la libertad.



Se me escapa la cabeza cuando pienso en la libertad. Me parece tan inabarcable la preciosa palabra, tan rebosante de ideas, de posibilidades, tan llena, que cualquier sorbo no hará bajar su cantidad si no aumentar su volumen. La pregunta sobre la libertad, sobre qué es, cómo se comporta, de dónde nace o o cualquier otra duda que lleve su nombre se me antoja del todo insondable. Nuestro pensamiento lineal nubla cualquier juicio objetivo, cualquier acercamiento a la realidad dura y descarnada.

Si nos preguntamos, dentro del mundo humano, qué es la libertad, no podremos si no respondernos que va relacionada con el dinero. Siempre se dijo que el dinero no da la felicidad; pero nada de que no diera la libertad. Asumimos, unimos y relacionamos libertad con felicidad. En una sociedad como la nuestra, desde ya hace muchos siglos, hemos aceptado el subyugamiento a la sociedad, al vivir en hermandad de especie. Pero al renunciar a nuestra teórica libertad en pos de una mejor vida, de una más cómoda y placentera y ociosa y alejada de la muerte, hemos realizado una elección que se arrastra por todos los siglos; sería un error de perspectiva el admitir nuestra libertad individual sin tener en cuenta el contexto temporal, la tradición y el contexto social.
Como seres sociales, el hombre ha ido transmitiendo sus conocimientos a las generaciones que lo continuaban, pero a diferencia de los animales, el hombre, gracias a la siempre perenne ambición, a ésa búsqueda de riquezas, valiéndose de rutas comerciales y conquistas amplió su horizonte hasta convertirlo en esférico, controlando toda la superficie terráquea. Por lo que los inventos descubiertos en la otra punta del mundo, hace muchos siglos, nos afectan, configuran nuestro mundo. Un ejemplo es la pólvora que lanzan los niños en navidades, asustando a viejas y jóvenes que pasean tranquilos. O un simple mechero, que es el invento más caprichoso de la historia del hombre. ¡Con lo que costó dominar el fuego! Y ahora lo vemos tan cotidiano e irrisorio que lo perdemos cientos de veces.
Luego, pienso, la libertad no se encuentra sólo en el individuo, si no en el contexto. La capacidad de interactuar con lo que nos rodea nos proporciona una amplia variedad de elecciones. Y no si no de eso es de lo que trata la libertad. La elección, la bifurcación ficticia de los actos en el tiempo. No es tanto la capacidad de razocinio, ni la consciencia de la elección lo que da poder a la libertad, ella no se ve afectada. Es el simple hecho de la bifurcación, en cualquiera de sus formas, la que da forma a la libertad.
Pero no hay que detenerse ahí, pues da mucho más de sí. Podría replicárseme con argumentos tales como que no elige el animal el comer o el beber, como tampoco lo hace el hombre, pues los instintos son inmutables e inquebrantables. Yo podría responder que ese razonamiento es válido y cierto, pero que el hombre puede decidir mantenerse en huelga de hambre; aunque al final acabará comiendo. El animal no puede decidir si comer o no, porque no tiene ese contexto. Y reincido, no es la cantidad de elecciones lo que conforma la libertad, pues esta no se puede medir cuantitativamente. Pero volviendo al supuesto argumento que se me puede lanzar, y que debo responder, debo decir que la libertad no es todopoderosa. Digamos que ésta preciosa palabra es el contexto, algo que ya llevamos pegado cuando nacemos, inherente a la vida, inherente a la existencia. Ella no puede con los instintos, pues éstos son los que nos mantienen con vida, y la libertad no es si no una consecuencia de ésta, nunca por encima, siempre presente y dentro de la existencia. Así pues los instintos intentan preservar la vida, que es más grande que la libertad, por lo que el condicionamiento de cada uno afecta a su forma de interactuar con la libertad; pero en ningún momento se la anulan.
Que yo no pueda disfrutar de una semana en una playa paradisíaca por que no tengo dinero no quiere decir que no pueda; pues si tuviera el dinero suficiente, podría hacerlo. Así pues, el problema no es mi incapacidad de realizar algo, si no mi falta de herramientas, de recursos para hacerlo. Puedo ahorrar durante bastante tiempo para conseguir la suma necesaria. Tampoco la libertad es instantánea. Tampoco entiende de aciertos y errores. Pudiera ser que alguien no estuviera a gusto en su trabajo y deaseara dejarlo, pero sabe que le sería muy complicado encontrar otro, no ya sólo uno en el que le pagaran la misma suma, si no ya otro trabajo en sí. Se podría decir que ésa persona no tiene capacidad de elección. Yo digo que así como he dicho que la libertad es la elección, debo añadir que cada acción, en sí misma posee la consecuencia; y es ésta consecuencia, imaginada con anterioridad, lo que nos permite al hombre obrar en la libertad. Si ése hombre ficticio eligiera dejar su puesto de trabajo, debería asumir su acto, sus consecuencias, pues nacieron de su elección. Así como si no lo hace, y sigue a disgusto muchos años más en su puesto de trabajo.
Y podría decirse muchas más palabras sobre ésta preciosa palabra, sobre lo que permite a la vida reproducirse y existir; habría que mirar más hacia arriba, hacia lo grande; y también hacia lo más pequeño. Pues tendemos a reducir todo al hombre, a nuestro contexto, a nuestro planeta;cuando, cada vez más, deberíamos darnos cuentas que la tierra, la esfera mayoritariamente azul, nuestro hogar, no es más que uno entre miles de miles de millones. Un punto casi invisible desde el cosmos. Y, si la libertad está relacionada con el contexto, éste macro contexto, y también el micro, deberíamos tenerlos en cuenta. Pero hoy de momento no. Mañana, o cualquier otro día.

Carretera en el cielo.

5 de enero, 2010
Carretera en el cielo.




¿Y si se construyera una carretera hasta las nubes, que recorriera todos los lugares que
mereciera la pena ver, que captase la esencia de todo un planeta, que se llenase de vapor de agua y volviera a bajar llena de cielo y sol? Sin duda esa carretera sería destino y motivo de muchas imaginaciones, serían sueños y juegos de niños. Y habría accidentes, que por motivo tendrían el querer llegar el primero, para ver más y más cosas nuevas que los que vengan detrás.
Sería motivo de peregrinaje aviar y humano; se podría ver a toda esa gente que imagina cosas imposibles, sería la utopía de los locos y los no tan cuerdos. Punto de unión y congruencia de naciones. Sin reglas; sólo la de no bajarse nunca. Caminar seguro y decidido de manera infinita, hacia donde quiera que lleve esa calzada magnífica. Y lleva a todos sitios y a ningún lado, ni empieza ni termina, solamente está; y ese ser único, ese estar sin motivo es la que la dota de magia, la que atrae al estadounidense y al japonés a andar juntos.
No, no sería una carretera corriente. Podría llamarse la Carretera de Babel, que roza el cielo y se hunde en la tierra; construida por los hombres para reforzar la imaginación. Y alguien formularía una noble consigna, una irrefutable regla personal que le prohibiría bajar de la carretera, que no le permitiría terminar nunca el serpenteo que ella hace sobre las nubes, entre los árboles y sobre los mares. Y alguien lo miraría desde abajo sin atreverse a subir, despreciandolo de loco y envidia. La carretera sería inseparable compañera de toda la humanidad, y no se podría vivir sin ella, porque, ya acostumbrados al derroche de
espontaneidad y magia de la que se encuentra impregnada, no se entendería el mundo sin
carretera, ni se entendería la carretera sino es para que el mundo tuviera cierto orden.