Hacía mucho tiempo que no sabía de Alejandro, desde que se
fue a Barcelona por temas de trabajo apenas hablábamos más allá de comentar
algunos detalles superfluos de los partidos de Champions. Pero una tarde me escribió al whatsapp diciéndome que bajaba porque tenía vacaciones y quería que
nos viéramos. Acepté encantado y quedamos en el bar de siempre.
No lo noté muy cambiado, la barba algo más larga y mucho
mejor cuidada, el pelo alborotado seguía igual de alborotado y sus rizos tenían
la misma forma que recordaba. Se le había pegado un poco el acento, pero nada
que llamara la atención o que hiciera gracia. Nos pusimos al día en seguida, yo
no tenía mucho que contar, mi vida es siempre igual de anodina. Pero él sí que
tenía historias. Me dispuse a escucharlo con toda la atención.
—
A ver, allí no es como aquí, hay mucha más gente
y todo es más impersonal. Las relaciones suelen ser esporádicas y con un
objetivo claro, es complicado encontrar con quien congeniar.
—
Bueno, no te creas que aquí es fácil — dije
pensando en la impersonalidad que nos arrastra ahora a todos.
—
Ya, supongo, es cosa de la globalización y de
las apps de ligoteo. Parece que el
hacer las cosas más sencillas lo complica todo, ¿no te parece?
—
Pues sí, antes todo era de otra manera.
—
¡Y que lo digas! Mira, deja que te cuente. Conocí
a una chica al poco de llegar, curraba cerca de la oficina, coincidíamos en la
cafetería para el café y, como suele pasar, empezamos a hablar. Nos dimos los instagrams y me gustó mucho su forma de
ser y sus fotos; a ella las mías también y en pocos días estábamos quedando
para un café. Del café pasamos a las cervezas, las cenas y ya, como no podía
ser de otra manera, a Netflix y los
capítulos sin terminar. Iba todo bastante rodado, la verdad. Me empecé a pillar
por ella.
—
Vaya, qué suerte, ¿no? Llegar y besar el santo —
dije alegrándome por mi amigo.
—
Sí, bueno. Es lo que te digo, todo es tan
sencillo ya que uno pierde la perspectiva de lo que quiere o necesita, de lo
que es importante. Estuvimos saliendo unos meses, cuatro o cinco, de verdad te
digo que me gustaba, que me sentía cómodo a su lado, el sexo era bueno y
constante, sin atisbo de parecer rutinario en el futuro. Pero, claro, las cosas
terminan torciéndose en algún momento. Nadie nos ha enseñado cómo mantener lo
bueno, solamente nos dicen que debemos evitar lo malo.
—
¿Qué pasó?
—
Pues no lo sé. Alguna discusión típica, algún
despiste más de la cuenta por mi parte, alguno suyo también que no quiso
reconocer, no sé. Estas cosas suceden así, no te las esperas. El caso es que la
cosa se fue enfriando, yo le escribía para quedar, para pasarle algún artículo
interesante relacionado con alguna conversación anterior y… nada. Espaciaba las
contestaciones varias horas y luego respondía con frases cortas y contundentes.
¿Sabes lo que te digo? Cuando le interesas a alguien las frases se van hilando,
se escribe y se le da a enter constantemente; abundan los jajas y los emoticonos. Y se nota que algo pasa cuando preguntas
algo y te responden con precisión.
—
Eso es verdad — aseguré.
—
Dejamos de quedar porque cada nuevo café tenía
más de tensión que de azúcar, y la tensión no se diluye, no se mezcla con nada,
solamente se mantiene ahí, suspendida sobre nuestras cabezas, ocupando el
espacio que antes ocupaban los chistes despreocupados o las caricias en el
brazo.
—
¿Pero qué pasó, se fue con otro?
—
Seguramente, no lo sé, tampoco soy de esos que
se vuelven locos y empiezan a cotillear o stalkear,
como se dice ahora. Prefería dejarla libre e intentar no preocuparme. Pero ella
me gustaba de verdad, la echaba de menos, y he aquí lo que de verdad te quería
contar: ¿Tú qué opinas de los que no saben estar solos? De los que cuando
terminan algo necesitan volver a empezar otra cosa.
—
Pues no sé, creo que puede ser algo negativo. El
no saber estar con uno mismo es peligroso, puedes tomar malas decisiones
huyendo de la soledad, ¿no crees?
—
¿Y por qué es mejor saber estar solo? Quiero
decir, ¿qué problema hay en buscar constantemente a alguien con quien estar,
con quien compartir o con quien salir de la rutina? Lo dejé con esta chica, que
se llamaba Silvia, y a la semana estaba ya quedando con otra que conocí por Tinder. ¿Eso es malo? Quiero decir, ¿hay
alguna especie de santidad en la espera entre una pareja y otra, es necesario
guardar duelo por todos los que pasan por nuestra vida? Porque después de esta
que te digo, Mara, han venido más. ¡Es que es tan fácil, tan al alcance de la
mano que uno ya no sabe cómo hacer las cosas! Creo que todos los que te dicen
que tienes que aprender a estar solo siempre tienen pareja, por lo que no lo
dicen de verdad, lo dicen porque sienten que lo tienen que decir, como si
estuvieran representando el papel de novio devoto y quisieran alzar su amor por
encima de su soledad, en ese momento inexistente. Yo antes pensaba así, tú lo
sabes, cuando terminé con Espe me tomé mi tiempo, también porque no podía
empezar con nadie, me daba demasiada pereza, pero esperé. Ella no, bien lo
sabes también, y no niego que eso me molestara. Pero ahora lo entiendo.
—
Hombre, es que se fue a las dos semanas con el
tío ese, fue todo muy precipitado.
—
¿Y qué más da dos semanas que un mes? Si ella no
soportaba la idea de estar sola, ¿por qué tiene que esperar, qué clase de
sacrificio es ese? ¿Qué recompensa trae? Hoy en día lo único que se busca es el
placer personal en todas las formas en las que este se puede mostrar, no tiene
sentido ya la lealtad al recuerdo, el duelo por el amor perdido, abandonado o
arrebatado. Si yo soy yo y quiero vivir como yo quiero, nadie ocupa ningún lugar
que deba ser respetado. Ahora entiendo a Espe y su necesidad de cariño e
intimidad, pues me está pasando.
—
¿Estás ahora con otra? — pregunté intrigado.
—
Claro. Pero creo que he conseguido hackear un poco el sistema. Reconozco
que no sé estar solo, no me avergüenzo ni me enorgullezco, solamente lo
reconozco. Pero la chica de ahora me permite esquivar un poco toda esta
situación. Se llama Sole, por lo que, de una forma u otra, siempre estoy en
Soledad.
El chiste final de Alejandro me hizo reír y parece que a él
lo calmó un poco. Sirvió para cambiar de tema de una forma distendida y alegre.
Siempre admiré la facilidad que tenía mi amigo para no darle más importancia a
las cosas que el humor que se pudiera sacar de ellas. Pero en el camino a casa
después de despedirnos no pude evitar reflexionar sobre la conversación. ¿Por
qué se critica a los que no saben estar solos si, a base de huir de ellos
mismos, siempre encuentran a alguien en su misma situación?
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