Erronear.

Erronear.



Todos cometemos errores, Bárbara, pero esos errores nos van forjando como personas, nos hacen más fuertes, como las aleaciones; como el acero —dijo la mujer mayor que acompañaba a la muchacha cargada de carpetas.

— Que sí, mamá, que sí. Que si de los errores se aprende y que blablablá y yo no sé qué. ¿Y cuando se deja de aprender? ¿Hay alguien que a base de errores, muchos, muchísimos, haya aprendido tanto que ya no se equivoca nunca? — dijo Bárbara visiblemente cabreada.

— Pues no creo hija, porque todos somos humanos y cometemos errores. Nadie puede saberlo todo.

—¿Y después de todos los errores que has aprendido en tu vida, has sabido esquivarlos? Quiero decir, ¿eres capaz de ver un error aproximarse?

— Pues sí, es lo que te da la experiencia y el ser madre. Sabes cosas. — dijo la madre de Bárbara cruzando los brazos en un muy digno gesto.

— ¿Y cuándo viste el error con Juan Ramón? — preguntó la hija muy inquisitivamente.

— Eso es otra cosa, no es un error, es un despiste. — se excusó la madre mientras intentaba disimular el rojo naciente en sus mejillas.

— Ya, claro. ¿Y ahora eres más fuerte? ¿Puedes partir cosas con la cabeza? Ya sabes, como el acero, como las aleaciones. — Dijo Bárbara con una voz grave y ridícula.

— No me seas tonta. Aprendes cosas, lo que no te mata te hace más fuerte...

— A ti te matará un dinosaurio entonces, porque antes de Juan Ramón vino José Alberto, y José Juan... Antonio José y... papá. Debes ser de titanio ya, un x-men por lo menos.

— ¿Quieres dejar de decir tonterías y escucharme? Lo que quiero que entiendas es que los errores son piedras en el camino y que si te caes siete veces, te levantas ocho.

— ¿Como si estuviera haciendo flexiones? ¿Así nos hacen más fuerte los errores?

— ¡Te juro que te parto la boca como sigas tocándome las narices!  —le dijo la madre a Bárbara en tono amenazador pero muy bajito, dejando escapar las palabras entre los dientes.

— Va, paro — dijo la muchacha agachando la cabeza.

—  Tienes que entender que te tienes que equivocar, hija. Que así es como se madura. Las hostias de la vida son las que te hacen ir mejorando como persona. Si yo quiero que vayas a esa residencia universitaria es porque allí podrás cometer más errores. Errores con chicos, errores con chicas si quieres, o con los dos; puedes erronear con quien quieras. Faltar a clase para fumar, perder el tiempo... ser madre soltera...porque en definitiva, vivir es equivocarse. Así serás una mujer de provecho, que sabrá lo importante porque lo ha estado dejando de lado durante toda su existencia. Sabrá apreciar la suerte a base de hostias.

La cara de Bárbara era un poema. Los ojos desencajados no pestañeaban y la boca se iba abriendo lentamente mientras intentaba entender exactamente qué era lo que le había dicho su madre.  

— Estoy flipando, te lo juro. ¿Quieres que erronee, como tú dices, y me quede embarazada?

—Hombre, es que dicho así...

— Creo que eres la primera madre que le dice eso a su hija, de verdad.

—  Lo sé. — dijo la madre, toda orgullosa.

— Me has dejado tonta de la cabeza, de verdad. Pero no soy capaz de encontrarle pegas a tu razonamiento. Así que supongo que sí, que me has convencido. Iré a la residencia e intentaré cometer todos los errores que pueda. Intentaré cometerlos todos. Voy a ser la primera persona que lo sepa todo. Intentaré cometer todos los errores existentes para hacerme super fuerte como tú, mamá. .

— ¡Esa es mi niña! — dijo la madre de Bárbara mientras se acercaba para abrazarla y fundirse las dos en un verdadero acto de conciliación familiar.
El autobús se acercaba y las dos mujeres se pusieron delante de mí. Yo me levanté y pretendía dejarlas pasar delante y seguirlas, muy despacito, para sentarme cerca y seguir escuchando, pero justo antes de que el autobús frenara oí decirle la madre a la hija si quería empezar ya con su nueva vida. Bárbara dijo que sí con una sonrisa y cogió lo que su madre le daba disimuladamente. El autobús paró y se abrieron las puertas mientras Bárbara levantaba una pistola y apuntaba al conductor y le gritaba:


—¡Llévame a mi nueva vida, cabrón hijo puta!