Había estado hablando con Sonia durante, por lo menos, un
par de meses. Conversaciones esporádicas, casi siempre iniciadas por mí y con
un contenido trivial y casi siempre inesperado. Me parecía interesante, sobre
todo cuando el hablar conmigo se convirtió en casi un hábito. Hubo un día en el
que fue ella quien me escribió. El último mensaje mío databa de un viernes y el
domingo por la noche me escribió extrañada:
—
¿Hola?
Yo contesté al día siguiente con otro hola, pero lo acompañé
con un emoticono sacando la lengua. Ella tardó bastante en contestar, pero el
visto que sale debajo de tu mensaje en Instagram fue fulgurante, menos de diez
segundos tardó en ver mi respuesta, pero el orgullo la obligó a no contestar.
El martes ya volvimos a hablar como casi siempre.
Las semanas pasaban y la conversación se había convertido en
la típica conversación infinita, que traspasa días y que se continúa sin
esfuerzo. Entonces, cuando ya me contaba sobre las tropelías de su gato o yo le
contaba sobre mi trabajo, llegó el momento decisivo.
—
Oye — le dije — ¿qué te parece si nos tomamos un
café? No sé, hablamos bastante por aquí y me pareces una tía guay; pero me
parece muy feo que aún no sepa la voz que tienes — y puse dos emoticonos para
yo qué sé.
Me contestó en seguida.
—
Sí conoces mi voz, en los stories hablo — ningún emoticono para rebajar la bordería.
—
Eso es cierto, pero no es lo mismo — dije yo sin
saber qué me estaba diciendo realmente Sonia.
Me dejó en visto tres horas. Yo ya pensaba que había ido
demasiado rápido, que no era ni el momento ni la forma de decir eso. ¿Cómo es
la forma perfecta de invitar a una chica a un café?, me preguntaba. Cuando ya
anochecía me dijo que café era complicado, pero que unas cervezas sin problema.
—
El café va estar complicado esta semana, tengo
que cuidar a mi sobrina, que mi hermana está mala y su marido trabaja hasta las
seis. Pero unas birras sin problema. ¿El miércoles va bien?
Dije que sí y acordamos la hora.
Cuando el miércoles llegó reconozco que me puso nervioso.
Las horas hasta el encuentro pasaron muy intensamente, las notaba en mi piel.
Hacía mucho que no quedaba con alguien que no conociera físicamente ya. Parece
una tontería, pero es una realidad, las redes sociales nos acercan a la gente,
pero embutidos en trajes de plástico, el contacto no es real, hay una barrera
que contamina entre ambos.
Llegué el primero y me senté en una terraza. Ella apareció
con una camiseta de un grupo que a mí me gustaba y que le había dicho en una de
nuestras muchas conversaciones. Me sonrió y se pidió otra cerveza. La
conversación fue bien y nos reímos, pedimos más cervezas y hablamos de todo. Sonia
era más simpática en persona, muy graciosa y con unos dientes pequeños pero muy
blancos. Su nariz era algo afilada pero en proporción armoniosa con el resto de
su cara. Me gustaron muchos sus ojos, que brillaban con otra luz distinta a la
de las fotos, con más vida y profundidad.
En un momento dado, con la noche ya caída hacía rato y los
bares contiguos cerrando, Sonia me dijo:
—
¿Vamos a otro lado?
Contesté afirmativamente y nos levantamos para pagar.
Habíamos pedido las mismas cervezas, bebiendo al mismo ritmo, y las cuentas
fueron fáciles. Nos despedimos de los camareros y bajamos por una de las calles
en dirección al río. Cuando habíamos girado tres veces a la izquierda y dos a
la derecha Sonia se detuvo frente a un portal que estaba en medio de un
parquecito muy cuco.
—
Esta es mi casa — dijo con un tono que no supe
identificar.
—
Ah, yo creía que íbamos a otro bar — dije
desorientado.
—
Ya, pero he pensado que… no sé, creo que tengo
alguna cerveza en el frigorífico — la forma en la que separaba las sílabas de
las palabras, cada vez pronunciando las consonantes de forma más vaga, me daban
a entender que quería que subiera para follar.
—
Perdona, pero no sé si me estás invitando a
subir para follar — le dije sin tapujos y abruptamente.
—
A ver, así tan directo no. Pero no sé, creía que
encajábamos, a mí me pareces bastante mono y simpático… llevamos hablando ya
mucho por Instagram y, no sé, parecía que yo también te gustaba…
La cara de Sonia era un poema que reflejaba la incertidumbre
en la que se encontraba.
Estoy seguro que ningún otro tío hubiera cuestionado
su invitación a subir.
—
Y me caes de puta madre, me pareces una tía
inteligente y muy simpática; también me pareces muy atractiva. Pero yo tengo
novia.
—
Ah, mira tú que bien. Entonces lo que eres es un
cabrón — me dijo y a puntito estuvo de darme una hostia.
—
¿Por qué?
—
Porque tienes novia y vas tonteando con otras.
—
Pero si te he dicho que no quiero subir a tu
casa.
—
¿Y?
—
Pues que eres tú la que pensaba en follar, yo
solo busco amistad porque me pareces una tía interesante.
—
¡Seguro!
—
Te lo juro. ¿Tan difícil es de creer?
—
Es que no lo entiendo… — Sonia se movía de un
lado a otro moviendo mucho las manos.
—
¿No entiendes que un tío quiera ser tu amigo y
nada más?
—
¡Pues no! Estabas coqueteando conmigo, me
preguntabas por mis grupos favoritos, mis películas…
—
¿Y cómo conoces tú a la gente? Yo pregunto, pero
eso no significa nada.
—
¿Y tu novia sabe algo?
—
Claro, ¿por qué no iba a saberlo? Sabe de mis
intenciones y confía en mí. Yo solo busco amistad, y la busco en las mujeres
porque los tíos no me caen del todo bien.
—
No sé tío, eres muy raro. Yo me voy para casa
ya. Adiós.
Y Sonia se perdió en el portal, absorbida por la oscuridad,
pues ni encendió la luz para que la pudiera ver por última vez.
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