Las cavernas.

19 de febrero 2015.

Las cavernas. 


¿Por qué tuvimos que salir de la caverna O mejor aún, ¿por qué hay gente que sigue dentro? La caverna no es la zona de confort, no es tu casa, no es tu vida, no es si quiera, el desconocimiento. La caverna es el símbolo de la ignorancia, la cual hay que diferenciar bien del desconocimiento. La ignorancia es altanera y orgullosa en el extremo más alejado, rayando el narcisismo más egolatra, lindando con la desesperación más tozuda. En la caverna las sombras eran todo el universo, o eso decía Platón en su metáfora, si se sacara a uno de los que siempre han estado viendo las sombras se sentiría desconcertado, dudando de sus ojos, aunque, supongo, no de su sombra, a la que identificaría como a sí mismo, por mera y pura inercia del comportamiento. El sol deslumbraría sus ojos y andaría perdido y desubicado hasta que asumiera que su pasado sólo estaba constituido por fantasmas; todo estaría ya deshecho y deshilachado, no quedando un sólo conocimiento práctico para su nueva y extraña existencia. El desconocimiento es algo natural, normal y necesario, más que nada porque el opuesto, la plena consciencia, el omnisciente, es imposible. Pero la ignorancia tiene una naturaleza más oscura, que puede llegar a envenenar el alma si no se trata a tiempo, y muchas veces, la mayoría, ataca al cerebro y se ceba con el corazón, no dejando al huésped del virus otra opción que subyugarse, aceptar que el parásito es el amo y obrar según su nueva condición. La gente que aún vive en la caverna es la que no presta atención, la que, intuyendo que lo que ve, lo que oye o siente no es la realidad, se ufana en interpretarla como tal, no viendo más allá de la sombra de su nariz. El mito de la caverna suena tan ancestral que parece que ya no merece la pena seguir interpretándolo, buscar nuevas y más actualizadas metáforas (pues las contiene). Esto sólo se explica por la superposición de cavernas, creo yo, o me digo a mí mismo. Al salir de una, lo que antes era real ya no lo es, y no se puede volver a ver el mundo como antes era; esos recortes de la luz ya no nos consuelan como antes hicieran, ya no vemos el mundo delimitado y seguro; cuando salimos de la primera sala (la de las sombras) se extiende otra de mayor tamaño; y como ocurriera con la primera, parece que es todo lo que hay. La segunda es más grande pues abarca la primera, pero es parte de una tercera, y ésta de una cuarta, pudiendo contar hasta el infinito. ¿Cuál es la última caverna, la definitiva, la mayor y más grande? La de Dios. Otra explicación no cabe. Todo esta interconectado, nada existe por su propia voluntad, todo es resultado de causas anteriores e, ineludiblemente, causa de consecuencias futuras. Nada permanece en el presente, aunque siempre se halle en él. Así pues, las cavernas se van reproduciendo, como un laberinto lleno de recovecos insondables. Nuestro conocimiento sobre las cosas está acotado, tanto por nuestros sentidos como por nuestro lenguaje. Al salir de nuestra primera caverna, que bien podría ser la fe en nuestros padres y su todopoderosismo, estamos desamparados y solitarios, miedosos y febriles, alejados de la certeza que era confiar en otras personas para nuestro bienestar; ahora dependemos de nosotros y eso abre un mundo de posibilidades. Las siguientes cavernas atienden a dos órdenes: 1) el crecimiento interior y 2) la interrelación con nuestras circunstancias. Ahí es donde entra la ignorancia, que no quiere que sigamos escalando cavernas, que ya se asemejan a montañas, por lo empinadas y peligrosas que se nos muestran ante nuestros ojos deslumbrados. La ignorancia sigue al miedo y busca esconderse de él, pero permaneciendo siempre en su sombra. Así pasa que si las circunstancias nos afectan de una manera que no entendemos, que nos parecen injustas o demasiado desmedidas y crueles, creemos que el mundo nos ataca y sentimos la necesidad de enfrentarlo; ¿pero dónde están nuestras armas? Porque nos han soltado desnudos en este mundo, sin consejo ni ayuda. Por eso es fundamental el conocimiento interior. Cuesta comprender que, dentro de este nuevo mundo, de este lugar desconocido que es la segunda caverna, también nosotros hemos cambiado. Es lógico. Las circunstancias mutan al hombre y sus retos. ¿Cómo vamos saliendo de las distintas cavernas? ¿Es bueno el camino que no te deja retroceder? No tengo las respuestas, ni nadie lo suficientemente inteligente intentará hacernos creer que su respuesta es la correcta. Pues no todos nos enfrentamos a las mismas cavernas. Y siempre estaremos dentro de una, luchando contra la ignorancia sedentaria que nos pretende atar y corromper nuestro espíritu aventurero. Y ésta es la lucha más encomiable del hombre, la que merece los más altos honores, la lucha contra la ignorancia. Como decía Sócrates: yo sólo sé que no sé nada. Y añadiría: pero quiero saberlo todo. 

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