Dudas.

5 de febrero de 2015.
Dudas.



Al final del día siempre se hacía la misma pregunta, tumbado en la misma postura en su misma cama de siempre: ¿estaré obrando bien, será esta la vida mejor que puedo llevar, obviando mis fallos, mis aciertos son lo suficientemente buenos? Algunos días se respondía afirmativamente, henchido su pecho y su ego, sintiéndose su mejor versión; pero en otras noches se respondía de forma lacónica y triste, a veces enfurecida e iracunda, y todos sus pensamientos se teñían de una nostalgia pegajosa y densa que se le adhería a los párpados y los sesos. Nunca llegaba a una respuesta verdadera, y por verdadera él consideraba que debía ser firme y perenne, sobre su vida, sobre su propio ser. Esta pregunta siempre le asaltaba de noche y nunca de día, pues cuando el sol brilla, todas nuestras preocupaciones se encuentran desviadas hacia lo social y práctico, no quedando espacio de tiempo en el que preguntarse a uno por sí mismo. Él veía a sus amigos y conocidos en sus vidas lozanas y tranquilas, en sus diversiones más alegres y en sus ratos de estrés pasajero, y pensaba, con interior envidia, que él no disfrutaba igual de su existencia; en las redes sociales veía miles de fotos de chicas preciosas y semi desnudas que nunca podría conocer, y que, si lo hacía, pensaba, no lo mirarían; pues tan superior era su vida con respecto a la de él que nada podría acercarlo a ella, o a ellas. Veía las fotos de la fiestas de conocidos, con sus sonrisas abiertas y grandes, con los vasos llenos de alcohol, todos felices y contentos; o las fotos de la comida o de los viajes. Todas sembradas de "me gusta" y de comentarios favorables, animados y felices. A él casi nadie le comentaba, y no le importaba durante el día, pero por la noche... por la noche todo se difumina y se desatura, perdiendo la noción de los colores, tendiendo todo a la penumbra monocromática de la luz de la luna, salpicada, a veces, de reflejos amarillos de las farolas. 
Pero un día, por caprichoso azar, por la casualidad más rebuscada, su mente tocó la tecla de su pregunta, que sin llegar a responderla, lo acerco bastante su resolución: no existe un modo de obrar predeterminado, uno que se le calce como un zapato hecho a medida; él iba conformando su existencia a base de superponer errores y aciertos propios, no había forma de dilucidar qué eran aciertos y errores, no si se miran ambos con suficiente perspectiva. Su existencia era caótica e insondable, y lo sería para siempre. No podía presumir de cosas que la sociedad adora, ni sentirse acomplejado por otras que, casi sin razón, la gente desprecia. Se encontraba en el punto medio, en el equilibrio de la excelencia y la mediocridad, flotando y cayendo aveces para un lado, a veces para el otro, pero sin salir del punto medio. Y eso, pensó, con extrema lucidez, nos pasa a todos por las noches. Y es que por las noches, siguió divagando, nuestra existencia se nos revela sólo bajo nuestro punto de vista, sin filtros añadidos, y nos decimos cosas verdaderas que durante el día se encuentran dormidas o silenciadas por otras. Durante las horas de luz todo se mezcla y la sociedad toma fuerza de verdad; por la noche la verdad se la dice uno mismo y salen a relucir los deseos y complejos que podamos acarrear en la mochila, y, al estar cansados y predispuestos al sueño, que no siempre llega puntual, se desperezan estos pensamientos y nublan la mente. Pero al día siguiente se desvanecen, sólo quedando los posos de las cosas importantes en nuestra memoria. Y no siempre se ven con el sol, la mayoría de las veces, los posos, se guardan en un cajón de la mente para volver a salir sólo de noche, otra vez. Así, antes de dormirse pensó: mi vida no es ni buena ni mala, ni mejor ni peor que la de los demás; mi vida es mía, mis aciertos son propios e intrasferibles, como los fallos. El ansiar la vida de otros es una forma de despreciar cada respiración, cada latido, que me mantiene con vida. Igual no acertaré a saber el sentido que toma mi vida con cada acción, pero, al menos, sé en qué dirección sopla el viento. 

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