Las abejas en la primavera.
Si yo voy de flor en flor es porque todas vosotras, todas y
cada una, sois preciosas. La abeja no discrimina, sólo se siente atraída por
los vivos colores. Es la suma del insecto y las flores lo que conforman la
primavera. Si me dices que voy de flor en flor intentando ofenderme te estás
equivocando, yo me lo tomo como un halago; me estás diciendo poco menos que soy
parte de la primavera, me estás haciendo parte activa de una estación, del
período de tiempo en el que la gente está más febril y taquicárdica, cuando el
mundo es más colorido y más animales se aparean; del tiempo en el que la
naturaleza se reproduce.
A ti igual te
parece algo nocivo porque tú eres planta de salón, acostumbrada a ser regada y
a servir de decoración. Será porque a ti te han regalado demasiadas flores de
invernaderos que ya no eres capaz de valorar las que crecen salvajes. Porque
esas no están libadas por abejas, esas están abonadas y protegidas del mundo
exterior. Yo no voy detrás de esas flores. Ya no voy detrás tuya. Casi me
engañas. Había olido tu perfume y observado con delicadeza tus curvas,
disfrutando sinceramente la forma que tienes de mover los músculos mientras
bailas. Todos tus colores son preciosos... ahora ya sé por qué. Tú estás hecha
para que te miren, todo tu empeño va dirigido a que alguien te observe, ya seas
tú misma o cualquier otro. Eres un geranio, una planta de terraza en una maceta
dentro de un patio Cordobés; tienes un objetivo, una función, y como en todas
las funciones, se te acabara bajando el
telón. Y cuando dejes de actuar te
marchitarás como las rosas de aniversario, que sólo duran dos semanas en agua.
No, yo no te quiero libar, a ti no. Yo soy más de ir por el campo y buscar las
flores silvestres que florecen solas, que necesitan de mi ayuda como abeja para
sobrevivir. Dime, ¿qué insecto se va a acercar a ti si estás embriagada de insecticidas?
No, yo prefiero a
aquellas chicas que están a la intemperie, aquellas que necesitan de los que
son como yo, no para florecer, si no para seguir expandiendo la primavera por
el mundo. A mí me dan penas las mujeres
que se creen flores exóticas y se repiten frente al espejo y al oído de
cualquiera lo feas que son, lo gordas que están, sólo para que le digan la
verdad que ellas tan bien saben. Vosotras sois las flores de los ramos de
disculpa, de los de san Valentín; sois el claro ejemplo de la superficialidad,
la futilidad y cursilería con la que se cubre el sexo hoy en día. ¿Qué tiene de
malo que vaya de flor en flor? ¿Pides exclusividad? ¿Durante cuánto tiempo? Ya,
ya lo sé, no eres mujer de una sola noche. O eso te dices, o te empeñas en
creer. ¿Pero la realidad, qué pasa con la realidad? Las flores de reconciliación
viven en agua, sin sustancia, hasta que se mueren. No tienen raíces ni
hermanas, cada una de ellas está cortada de una planta diferente, combinan en
colores y el olor es dulce y cálido mientras dura. ¿Y después qué? ¿A esperar
otra discusión para que vuelva a florecer la pasión, a que se vuelva a llenar
el jarrón seco de tus sentimientos?
Las muchachas que yo busco son de las que
crecen entre las montañas, rodeadas de naturaleza, de animales. Las que no
necesitan que las miren, las que perdidas entre las rocas, consiguen hacer que
una abeja como yo, del montón y zumbona, se desvíe del rumbo de las demás y
descubra el jardín donde crece esa maravilla. ¿Sabes lo que te digo? Esas
flores nadie las arranca, porque no sabes si volverá a crecer. No se hacen ramos
de flores escondidas, nadie se atreve a rodearse de abejas para traértelas.
Nosotras nos suicidaríamos por ella, clavaríamos el aguijón a todo aquel que
osara poner un pie en su jardín. Moriríamos y a esa persona solamente se le
llenará la boca de maldiciones y la piel de rojas ronchas calientes, pero habrá
experimentado en sus carnes como la naturaleza se rebela contra lo que es
verdaderamente preciado. Tú crees que yo voy de flor en flor porque no respeto
a las mujeres y es al contrario. Me gustan tanto las mujeres que me tomo la
delicadeza de libarlas, no de follármelas. Me detengo y saco mi lengua
dispuesta a recorrer cada centímetro de belleza que tenga. ¿Sabes que las
mujeres comparten partes con las flores? ¡Más claro no puede estar!
Yo soy un agente
de la primavera. Subo tus pulsaciones, te quito el aliento como la alergia a un
asmático, te hago sudar y te hago quedarte más tiempo del necesario en la cama.
Y luego me alejo y me marcho con la sensación de llevarme algo precioso conmigo
y de haberme desprendido de parte de mi
ser, pero sobretodo me llevo la sensación de ser parte de la primavera, de la
naturaleza... de haber creado entre las sábanas algo parecido al arte. Por eso
llevo un jardín dentro, en el cual me gusta pasear en los tiempos grises que de
vez en cuando suelen asaltarme. En él están todas las variedades de flores que
me he ido encontrando, y no las tengo como trofeos, ya te he dicho que estas
crecen desde el suelo, no se suspenden en agua, no adornan. Porque para mí no
hay nada más precioso que una mujer, no hay nada que mi naturaleza desee tanto.
No su cuerpo, no su apariencia, tampoco sus tetas o su sexo, lo que me gusta de
las mujeres es el mundo secreto que todas lleváis dentro. Saber qué pájaros
tiene en la cabeza y como hacer que estos píen, descubrir lo que los pétalos
esconden al abrirse, el aroma salado de su goce y cómo se le contraen los músculos
cuando ha llegado hasta el punto en el que ya no es ella, si no una fuerza de
la naturaleza que, con los ojos apretados, es capaz de elevarse sobre su cuerpo
hasta convertirse en el polen que usan las abejas para hacer la miel.
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ResponderEliminarNo sé porqué se ha borrado el comentario, pero repito: qué jodida maravilla
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