Obligada masturbación.

24 de febrero 2016

Obligada masturbación.




Él había llegado a su casa después de estar deambulando un rato después del trabajo. Nadie lo esperaba, excepto la cafetera aún encendida que ya no hacía ruido ninguno. Nada más llegar pasó por delante del negro café sin mirarlo, abrió el frigorífico y sacó una cerveza. Abrió el cajón donde estaba el bote de marihuana y se lió un porro antes de abrir la lata frío y de sentarse en el sillón a mirar la televisión apagada. Su trabajo no es que le gustara o le disgustara, si le preguntases no sabría ni él mismo que sensación le producía. ¿Indiferencia? No sé si la indiferencia es una sensación. Dejó caer todo el peso de su uno ochenta y tres en el mullido sillón. El humo blanco ascendía al cielo como las burbujas doradas de la cerveza que, aunque no se veían tras la lata, ahí estaban. No necesitaba descansar, no estaba cansado ni hastiado ni nada. Ni estrés, ni aburrimiento, nada. No sentía nada frente a la negra pantalla de la televisión. 

Uno de sus pensamientos verdes creció en su cabeza acelerada: vivimos a base de pajas. Al principio le hizo gracia, pero tras dos sorbos y tres caladas la cosa cambió. Nos obligan a masturbarnos, pensó con la seriedad de quien juega a hacer filosofía. Pensó en todas las cosas que rodeaban su vida y la de los demás. Pensó en el amor, en la moral y en los valores; pensó en internet, en los besos, los polvos de una noche, el dinero, el trabajo, el ocio, las vacaciones; hasta pensó en su sillón, en la televisión que informaba mejor cuando no hablaba nadie en ella. Pensó en las redes sociales y en la multitud de pescadores que salen con sus móviles cargados al cien por ciento de batería pero sin ritmo. Pensó en unos y ceros y entendió que todo eso eran pajas mentales. 

Estuvo tentado de encender la televisión para distraerse, pero antes de que el brazo atentara contra su intimidad de pensamiento otra idea se lo impidió. "No te masturbes más". Y no encendió la televisión. Tampoco miró el móvil que vibraba como loco. Y ahí fue cuando lo entendió del todo. Había pensado en la masturbación como un proceso puramente masculino por su naturaleza viril. Pero no se trataba de subir y bajar y expulsar, era más bien acariciar vibrando, meter y sacar hasta gritar. Todo lo que ocurre está diseñado para que, durante unos instantes, dejemos de ser nosotros mismos y creamos que lo que sentimos es lo máximo. Miró su móvil vibrar y supo que lo que dentro de él pasa es la imitación de un orgasmo. 

Nos obligan a masturbarnos con nuestro móviles, con nuestros sueños, con nuestras ansias de mejorar en un mundo que ya no mejora, que ya no puede ofrecernos nada más que vida humana. ¿Dónde están las aventuras y las lecciones de vida? Ahora todo parece tender hacia la moral social y hacia el bienestar. Pero no es cierto. Nos han metido en la cabeza la idea de la competición, nos han hecho adorar la pereza y la facilidad, la perseverancia y el trabajo duro. Sobrevivir en un mundo de hombres, solamente humano, en el que el amor lo puede todo es una paja mental que, tras muchas veces de agitar o meter, acaba enrojeciendo el órgano hasta atrofiarlo. 

Y pensó con la última calada y el último sorbo que no es lo mismo el amor que el sexo, ni el sexo que la masturbación. Pero que todas esas cosas sólo intentan sustituir la sensación de que no sabemos por qué somos como somos, ni qué somos en realidad. 

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