Los miedos.

5 de marzo 2015.

Los miedos.



A ella el miedo se le nota en los ojos y en los labios, que se le aprietan hasta perder su color rosado natural, volviéndose blanquecinos. Si la ves por primera vez no aprecias ese miedo que por dentro la corroe, ni si quiera se adivina o presupone. Debes conocerla mucho para conocer ese gesto, que sólo verás en un descuido suyo; porque el miedo, en sí mismo, es un ser miedica y suele esconderse de todas las miradas, por eso el suyo habita sólo en el centro de su alma, cercano a los latidos de su corazón. ¿El miedo es un sentimiento o una emoción? Ella no lo sabe, tampoco se ha puesto a analizarlo, no quiere saberlo, prefiere seguir ignorándolo todo el tiempo que pueda. 
Tiene unos ojos grandes y marrones, siempre delineados de negro, lo que los hace aún más profundos y hermosos. Ella lo sabe, por eso lo hace, otra razón no hay. Lo hace porque cree que así ve mejor, y porque así la ven mejor; que muchas veces es lo mismo: cuanta más gente te vea, más puedes ver tú, más diferencias y experiencias vendrán a buscarte. Ella lo sabe, y lo practica. Pero cuando el miedo irracional toma su cerebro, ascendiendo desde la nuca como un hormigueo, sus ojos se vuelven opacos y nada ven con claridad. Se le nubla el juicio, se le acelera el corazón y las manos, ligeramente, le sudan. También tiembla, pero lo disimula. A veces se confunde el miedo y la vergüenza y se le colorean las mejillas como si fuera aún una cría, y baja la mirada y enreda con el pie en el suelo. Así de mágica es. 
Quienes hemos visto ese miedo propagarse como la tinta en el agua nos preguntamos cosas. ¿Por qué? ¿A qué se debe ese temor? ¿Se lo podría quitar yo o es algo que sólo a ella atañe? De nada sirve preguntárselo, se encogerá de hombros y te pondrá esa cara que dice: quién sabe. 
Hay veces que, de tan profundo que le late el corazón y de rápido, de tan pesado que siente su miedo, se queda dormida en él y tiene pesadillas. De las cuales se despierta siempre en un sobresalto y preguntando cosas absurdas antes de volverse a dormir. ¿Con qué armas se lucha contra tal enemigo, tan íntimo y poderoso? 
El sentido común dice que con la experiencia, pues el miedo siempre, siempre, esta mirando al futuro. De eso tiene miedo ella, del futuro, del suyo propio. Está terminando la carrera y se pregunta cosas, se cuestiona sus cuatro años en esos pasillos, se pregunta si lo que aprendió, o cree haber aprendido, le servirá de algo. Se compara y el miedo crece, se hace voluble y volátil, se convierte en gas y todo lo inunda, como el tabaco, que lo deja todo impregnado con su olor. Se pregunta si estará preparada para lo que venga, pues ella se ve tan niña que todo la supera. Alguna de sus compañeras tienen ya novio formal y un trabajo, que aunque está mal pagado algo es algo. Ella ha salido de una relación que nadie comprendía, y a fuerza de la opinión de los demás ella también duda ahora de lo sucedido. ¿Y si no encuentro nunca más a nadie? Se dice antes de dormir, antes de dejar la almohada manchada del rimmel de sus ojos. 
Pero yo sé algo que ella ignora, y es que conforme pase el tiempo el miedo no se irá, pero tampoco se acercará lo suficiente como para dañarla; siempre estará en el horizonte, vigilante y amenazador: Ella no sabe que el miedo teme a su propia sombra, pues cualquier mínimo acto de ilusión, de despiste, puede con él. Es tan efímero que debe hacerse gas para aparentar más de lo que es, para seguir vivo. Sí, los miedos también se mueren. Pero una vez muertos no dejan rastros pero sí hijos. Y podría decirse que ella ha matado unos cuantos, pero que no sabe su número, porque cuando uno desaparece ya no se le recuerda. Sólo tememos al futuro y a su insondable aspecto; el presente y el pasado son ya terrenos conquistados. 

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