Azaroso walking.

20 de marzo 2015

Azaroso walking.



Habíamos estado recorriendo las calles de la ciudad en penumbra amarilla, todo por culpa de las farolas, sin prestar casi atención a otra cosa que no fueran nuestros pasos. No hablábamos siquiera, ni falta que nos hacía. Ya eran muchos paseos, muchas horas juntos, mucha confianza como para no tolerar los silencios introspectivos que nos asaltaban. Habíamos decidido salir a dar una vuelta, como tantas veces, por los lugares que más nos gustaban: atravesamos la plaza de la catedral, bajamos al río por donde serpentean los caminos de tierra, seguimos paralelos al fluir del agua hasta que pasamos dos de los cuatro puentes, subimos las escaleras que llevaban al tercero y lo atravesamos, cambiamos de orilla e hicimos el recorrido opuesto. Nos cruzamos con mucha gente que salía a hacer deporte, cosa que se ha puesto de moda, y me sentí algo estúpido con mis vaqueros y mi mochila. Ellos iban sudando, algo rojiza la cara por el esfuerzo, con o sin música, solos o acompañados; esforzándose por mantenerse en forma, que es la nueva droga que nos quieren implantar. Los veía a todos concentrados, manteniendo acompasada la respiración, levantando las rodillas, con los brazos en ángulo recto, como mandan los cánones del buen corredor. No sabía ya cómo llamarlos, hace años eran corredores, porque salían a correr, luego dejaron de correr y empezaron a hacer footing, luego jogging y ahora lo que hacen es running. Dentro de poco a saber qué harán sin dejar de hacer siempre lo mismo. 
También nos cruzamos con perros y sus dueños, con señoras mayores siempre en grupos de tres o cuatro, ataviadas con sus mayas reflectantes, algunas con cintas en la cabeza, con sudaderas de colores vivos y voces chillonas. ¿Qué hacen las señoras? ¿Salen a pasear, a andar, hacen walkingstrolling, o qué coño hacen? 
También pasamos por terrazas abarrotadas donde la gente bebía desde café hasta gin tonics, y todo con una normalidad aplastante. Seguimos andando, cada uno mirando sus cosas, al mismo ritmo, casi al mismo paso, pero sin hablar. Yo me entregaba a mis pensamientos como se entrega el artista a su obra, con la misma pasión y concienzuda distracción. Seguro que los que nos veía se extrañaban al no oírnos, pudiendo pensar que algo malo había pasado entre nosotros, que ya no nos aguantábamos, que salíamos por pura rutina y monotonía a pasear, como hacen los matrimonios añejos. Bien pudiera parecer que cada uno andaba solo. Pero ¿no es eso la máxima expresión de la confianza, del amor? Andar como si uno estuviera solo al lado de alguien que también parece estarlo. Siempre nos han hablado de la media naranja, inventada, quizás, por el filósofo Don Simón, donde cada uno es sólo la mitad de algo, y su única aspiración ha de ser la de completarse. ¿Pero qué pasa cuando ya somos una naranja? ¿Nos exprimimos hasta la pulpa? ¿Nos quedamos estáticos y redondos, anaranjados, esperando? ¿Qué se hace cuando por fin consigues ser una naranja completa? 
Para esto salíamos a andar, pera pensar el uno al lado del otro. Cuando a uno se le ocurría alguna idea peregrina y sentía la necesidad de compartirla lo hacía. Así, otras veces nos parábamos a contemplar a los patos, y comentábamos si eran en realidad patos u ocas, porque no sabíamos qué diferencia había. O si ellos sabían el sonido que emitían, que para nosotros es un simple y llano cuac. ¿Cómo nos imitarán a nosotros los patos? 
Pensamientos así de absurdos nos asaltaban cuando caminábamos. 
Otra veces me gustaba caminar mirándola a ella, cómo avanzaban sus pies casi arrastrándose por el suelo, cómo posa primero el talón y cae todo el peso sobre la superficie del pie, sobre la planta, para terminar por despegarse por la punta, en la doblez que hacen los dedos. Miraba sus zapatillas blancas sucias y sus pitillos y sus tobillos, por los que asomaban calcetines de colores. A veces sabía que la observaba y me miraba y me sonreía, sin dejar de ser ella misma con sus pensamientos. 
Eran paseos sin sentido, sin misión ni objetivo, y esa era la naturaleza que queríamos para nosotros. Parece que siempre hay que tener un plan, una meta, una forma de hacer las cosas, un ritmo social. Hoy en día todo lo ha envenenado el progreso y su irreductible e ignorante ansia de igualdad. 
Nosotros salíamos a andar para relacionarnos con la ciudad, para sentir su respiración, para ver gente y mezclarnos con ellos. Ella siempre decía que era importante saber dónde vivimos, ver a la gente cuando está despreocupada, cuando salen con los niños, o con el perro o a hacer cualquier deporte terminado en ing; a ella le encantaba ver cómo la gente seguía las modas que vete tú a saber quién imponía y por qué. 
Y todos con los que nos cruzábamos tenían sus sueños, sus miedos, sus virtudes, sus defectos, sus pasiones, sus fetichismos, sus fantasías, sus filias y fobias. Todos querían a alguien, todos echaban en falta algo, o se fustigaban errores que no podían haber evitado; todos le pedían cosas al futuro, lamentaban el pasado y se pasaban el presente intentando formar parte de algo. Nos gustaba saber que toda esa gente era igual que nosotros, que éramos iguales que ellos, pero sin dejar de ser nosotros mismos. No éramos una naranja entera, ni lo pretendíamos; puede que ni si quiera fuéramos la misma fruta. Para mí ella era como una pera, tan acuosa y dulce, tan suave en sus curvas... y yo, yo sería un limón, o una naranja, más bien una mandarina. ¡Qué bonita macedonia! 
Y a base de paseos y pensamientos volátiles, me di cuenta de que casi nada tiene el sentido que parece tener a simple vista, como este texto, que parecía que iba en una dirección y ha terminado por arremolinarse sobre sí mismo, y a base de girar se ha transformado en una masa de letras ordenadas pero sin ningún fin; algo aleatorio que ha surgido como surgen todas las cosas: por azar puro y duro. Como surgen los sentimientos y se perpetúan en el tiempo, sin razón ni premeditación, simple expresión, sin buscar nada más allá, sólo dejando que la imaginación vomite hasta el último sueño, hasta el último pensamiento. Y todo por un paseo intrascendente. Imaginémonos lo que podría salir si hiciéramos jogging, o running, o footing, o troting

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