En el tren.

14 de enero 2015

En el tren.




Se suceden los kilómetros bajo el traqueteo rítmico del ferrocarril, cuya magia consiste en atravesar la distancia sin que nos demos cuenta. Pasamos por pueblos de los que jamás he oído hablar y de los que no recordaré el nombre; existen sólo en el instante en el que el tren se detiene y vomita e ingiere pasajeros. Hemos atravesado campos de cultivo que reposan tranquilos, sabedores del tiempo que les queda por madurar hasta que los recojan. Grandes ciudades traen muchos viajeros. Las gentes de ésta zona tiene caras desconocidas, con gestos de todos los colores; ropas invernales que se alternan con mangas cortas. Imagino que cada uno vendrá de un lugar distinto, que, nadie, excepto mis padres y yo, terminará el trayecto completo. Una fábrica exhala humo blanco a lo lejos, la veo alejarse, pues mi asiento da a la retaguardia del tren y mi espalda se abre el camino. Así las visiones me son más duraderas. Montañas con sombrero nos rodean. Una cordillera sin cabezas se extiende hasta más allá de lo que alcanza mi vista. Chavolas con techos de uralita son gobernadas por vacas negras; tractores amarillos aran la tierra oscura y húmeda, deteniéndose la mirada del agricultor en la serpiente metálica. no nos saluda, eso sólo lo siguen haciendo los niños. Otros ferrocarriles descansan en las vías paralelas, veo sus ojos cerrados y cómo sueñan sus motores sueños de trenes de alta velocidad. El AVE y su vía estrecha nos abandonaron antes de Puertollano. Yo no he visto ningún barco y, además, se encuentra rodeada la ciudad de montañas grises. Nada es lo que parece. Una muchacha morena está en el asiento de delante. Lo sé y la noto moverse.¿Cuándo ha subido? He echado una cabezada y ha aparecido ahí. No le veo la cara; lo intento a través del cristal, utilizando el reflejo, pero ella mira el móvil. Desliza la pantalla con sus finos dedos, con sus uñas sin pintar. ¿Qué cara tendrá? ¿Será guapa? Hoy he visto pocas chicas guapas y mi alma lo nota. Me quedo mirando su largo y liso pelo negro. Ha dejado el móvil y mira por la ventanilla cuando atravesamos un encinar moribundo; apenas unas pocas quedan decentes, todas las demás son crías. Le veo un trozo de la nariz, prominente y algo aguileña, me parece. Se deja ver también su par de labios rosas y finos; la boca cerrada se abre un segundo y suspira. ¿A dónde irá? Su billete reposa sobre la mesa que hay detrás del asiento delantero. El revisor aparece, ella entrega el billete, pero no consigo leerlo. Aún no le he visto la cara. La curiosidad se va apoderando de mí. ¿Acaso no tendrá cara, y por eso nadie se la puede ver? El revisor le sonríe y sigue su camino. Tentado estoy de agarrarlo por el brazo y gritarle, suplicarle que me diga cómo es; pero no me atrevo y pasa de largo para seguir su deambular por los vagones. La megafonía anuncia el siguiente pueblo: Brazatortas-Veredas. Y yo me río. La muchacha agarra su bolso y coge un paraguas que tenía en el suelo. Parece que se marcha. ¿Ya?No mujer, no... no me hagas esto. ¿Por qué? ¿Qué, vas a ver a tu madre, a tu novio? ¿No puedes aguantar un par de ciudades más? No te pido que sigas hasta Badajoz... pero hasta la linde con Extremadura...
Se levanta cuando aminoramos la marcha. Es inevitable. Entonces se gira y le veo la cara: sus ojos rasgados son negros y todo su rostro es alargado, terminando en una barbilla pronunciada, coronada por una ligera y estrecha curva. Lleva un pañuelo verde con lunares blancos. La miro. Me mira. Se baja del tren y éste se aleja. Salimos de la ciudad y aún me quedan cuatro horas de viaje. 

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