Pajarillo.




20 de enero 2015


Pajarillo.




E
lla había celebrado la entrada del año nuevo dando las gracias, por lo vivido y por lo que estaba por venir. Agradecía de todo corazón su suerte, que antes pareció tan esquiva y que ahora se revelaba tan nítida e inquebrantable que, pensaba, no podría haber ocurrido de otra manera. Y tenía razón. Todos sus propósitos para este dos mil quince destilaban positivismo, lucidez y buenas esperanzas. Como los de todos, ¿no? Siempre queremos mejorar, y ella quería más y más. Nunca nos conformamos con lo que tenemos, una voz interior nos pide seguir mejorando hasta el infinito. Y ella no era distinta. Las lágrimas vertidas con razón, llenas de ignorancia salada, de culpa quizás, de desamor, de miedo al cambio, de soledad, ya quedaron atrás; ni su silueta oscura sobre el suelo permanece, ni los cauces en sus mejillas, ni quien las hizo derramar. Ella celebraba en las redes sociales su nueva dicha, con su nuevo novio, con una nueva foto en la que se les ve felices y sonrientes. Porque la vida sigue, y nunca para, aunque queramos. Porque ella no pensaba en el suicidio, como nadie hace, o casi nadie. Positivismo sano, futuro brillante y hermoso, pasado difuminado y descolorido. Todos encontramos razones para celebrar, sólo nos hace falta una escusa, que no tiene ni por qué ser buena. Ella celebraba su noviazgo y su nueva situación laboral. Ella nunca asumió la soledad. ¿Y quien quiere asumirla? ¿Quien se encuentra de verdad a gusto sin nadie alrededor? Se dicen muchas cosas relacionadas con el amor, con la pareja, con la felicidad individual. "No sabe estar sola". Y el primero que pase tendrá sus besos. Ella era así, más o menos. No sabía estar en soledad, aunque no lo reconocerá nunca, ni falta que hacía. Las verdades íntimas a veces son las más difíciles de decir, y de esconder. Pero ella no regalaba sus besos a cualquiera, sólo al que apareciera, y eso es suerte. Que siempre aparezca alguien a quien abrazar, a quien arropar y follar, eso es un tipo de suerte. Su naturaleza la empujaba a agradecer su sino, que ella atribuía a Dios, o a la providencia. Y no andaba muy desencaminada. Pero nunca se paró a pensar que su actual situación dependía de su doloroso pasado, de las heridas de su corazón; incluso su agradecimiento era una especie de himno solemne a sus lágrimas derramadas, a sus cicatrices. Pues la suerte nunca es sólo cosa nuestra. 

Ella espera que éste dos mil quince traiga sólo alegrías y risas, orgasmos, confianza, diversión, ocio y buenaventura. Algo que, y ella esto no lo sabía, no es sano. Pero por desear que no falte, pues nadie desea pasarlas putas, aunque luego se resurja con más fuerza. Todos huimos del sufrimiento, aunque éste es siempre un paso necesario, profundo y denso. La felicidad es volátil y frágil, como un pajarillo enjaulado que canta cuando le da el sol y se siente dichoso y feliz, y nos brinda todos sus tonos, olvidando los barrotes por unos instantes. Así es ella, un pajarillo enjaulado que canta al futuro, enjaulada en su ser, sin saber estar sola. Quizás, con su suerte, nunca necesite aprender a estarlo. ¿No es ése un buen deseo para el año que recién empieza?

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