Manzanas.

1 de octubre 2015


Manzanas.



A ella le dijeron que las cosas buenas de la vida no se buscan, si no que se encuentran. Ella entendió que para que te pasen cosas buenas sólo debes quedarte quieto y esperar, que el universo conspira a favor de uno, que si deseas con fuerza todo llega. No le gustaba su vida desde hace mucho, su novio no era el que conoció; cuando ya llevaban un año y algo él se relajó y se dejó llevar, rodando sin rozamiento por la vida, con barriga recién estrenada y rutinas de sofá y manta. Ya no era atento, ya no era tan cariñoso, ya no había que conquistar su confianza pues esta empezaba a dar asco. Ella había cambiado también, pero eso nadie se lo dice. Ya no le hacía la misma ilusión la tarrina de helado de chocolate el primer día de menstruación, ni que la invitara a cenar. Ya no era un plan perfecto el quedarse en casa calentitos diciendo tonterías, ya no follaban como antes. Los cambios de uno no los vemos, los cambios de los demás siempre son obvios.
Por eso decidió convertir a su novio en un ex y se mudó a la costa, a esperar. Ella siempre había creído que se merecía lo mejor. ¿Por qué pensaba eso? Nadie lo sabe. Pero ahora todo el mundo piensa eso. La fábula de las manzanas en el árbol se la contó una amiga mayor que ella, hace ya unos años. Según su amiga todas las mujeres son manzanas y están en el árbol con sus formas redondeadas y coloradas. Algunas están más arriba y otras más abajo. Las de arriba son las mejores, las más difíciles de alcanzar, las de abajo caen antes, podridas. Por lo visto, los hombres se acercan al árbol para coger a las mujeres, pero tienen miedo de ir a por las mejores, las de más arriba, porque temen caerse y romperse el cuello, así pues se agachan y cogen a las podridas.  Ella, como todas las que oyen la historia, se creen que están en la parte alta, y que nadie se atreve a cogerlas, a escalar para ellas. Pero ninguna piensa que todas las manzanas caen.
Cogió sus cosas y se mudó a una casita pequeña y húmeda pero que daba al mar gris y furioso. Se compró un banco de madera y lo pintó de rojo y decidió sentarse allí a esperar a que alguien escalara para morderla. ¿De dónde nace la certeza de que ella es una manzana sana y atractiva? ¿Por qué creen las mujeres que son los hombres los que tienen que jugarse la vida para atraparlas? ¿Por qué son ellas las que están en el árbol y se despeñan?
Sentada en su banco le daba vueltas a las cosas y a las manzanas. ¿Sufren de lumbago o de gastroenteritis los hombres que sólo recogen manzanas del suelo? Los que escalan y van directos a por las más altas, cuando caen, ¿caen por falta de destreza o porque la manzana se resiste?

Esperando en el banco no pasó nada, de momento. Seguramente pasará, porque siempre pasa algo. Pero no porque se limitara a esperar. Si no porque se había mudado, se había separado de su novio y porque tomó una decisión. Las manzanas en el árbol para Adán y Eva, no hay que dejarse embaucar por la serpiente. No hay manzanas, no hay árbol, no hay búsqueda en vano. Las mujeres no deben esperar a que alguien arriesgue su vida por ellas, ni los hombres. Somos más como patatas, creciendo del suelo, enterradas, invisibles cuando se camina. No hay que escalar, hay que agacharse y ensuciarse las manos y limpiar la raíz. Porque lo importante se busca, y una vez en el camino correcto, se encuentran cosas. 

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