Las respuestas no existen.

Las respuestas no existen.



¿Sabéis ese punto en el camino en el que lo mismo te da seguir hacia delante que pararte, que retroceder y volver? Pues ahí estaba yo, en el puto medio de cualquier parte, a la misma distancia de mis sueños que de mi nacimiento. Y ahí, sentado en una piedra que encontré, me puse a pensar en qué pasaría si siguiera hacia delante. Pero esa pregunta lleva adheridas muchas emociones y matices, y más preguntas. ¿Qué es seguir hacia delante? ¿Es verdad todo lo que he vivido? ¿Soy yo, en alguna de mis formas, real?
Eso es lo que tiene de peligroso sentarse a pensar, que no sabes qué se te puede ocurrir. El otro día me paré, como ahora, pero en lugar de reposar mi culo sobre una piedra lo hice sobre una silla medio rota que me estaba esperando. Estaba más atrás en el camino, pero en ese momento era el lugar más alejado que conocía. Estuve ahí sentado varios minutos, decenas de ellos, pensando en lo mismo en lo que estoy pensando ahora. Removiendo como si fuera una densa sopa fría todos mis recuerdos y mis emociones, y las emociones que me producían esos recuerdos. Pero no saqué nada en claro, como ahora. ¿Quién se para a pensar y es capaz de encontrar respuestas a la primera, a la segunda, a la décima? Yo nunca he sido capaz de atisbar, ni de lejos siquiera, una sola respuesta a algo que me haya preguntado. Sí, vale, las respuestas existen, pero no sé dónde. Muchos parecen tenerlas todas y cuando me ven serio antes de un examen me dicen que no me preocupe.

—No te preocupes tío, la suerte está echada. — y se van, así, como si me hubieran solucionado la vida.

También me suelen decir cuando algo va mal que todo saldrá bien; pero nunca he oído a nadie decirme cuando las cosas van bien que no me emocione, que ya empeorará la situación. Nadie es nunca sincero cuando se trata de dar respuestas. No son sinceros ni consigo mismos, y esto es porque sólo les interesan las respuestas. Nunca han sentido la fuerte punzada de una buena pregunta en la parte de atrás de la cabeza, como un martillazo, que te deja medio tonto y mareado. Yo nunca he visto una respuesta volando hacia mí cuando soy yo el que formula una pregunta en el pensamiento.
La última que me golpeó lo hizo con tanta fuerza que caí al suelo y creía que perdía el conocimiento. ¡Ojala, quizás sin conocimiento pudiera haberme metido dentro de la respuesta! Pero qué va, sólo fue un susto. Justo después del golpe el cuerpo se te queda entumecido y te hormiguean los dedos de los pies, las manos, y todas las ideas. La pregunta fue: ¿ por qué seguir andando?
Andando entendido como seguir el camino, como una procesión hacia la muerte que no se detiene. Yo no temo a la muerte, pero ignoro el propósito de seguir avanzando hacia ella. Y otra pregunta vino tras la primera y me golpeó en la cara: ¿me acerco a la muerte o me alejo de mi nacimiento? Y otra: ¿notaré cuando me quede menos tiempo del que he vivido, cuando traspase la mitad de mi vida? Opté por quedarme en el suelo con las manos en la nuca y las rodillas en el pecho, pero no lloré, yo ya no lloro, hace tiempo que dejé de hacerlo y ahora se me ha olvidado por completo. Igual es por eso por lo que las preguntas duelen tanto.

Me quedé así, como un feto, porque tenía la ilusión de que viniera una respuesta por el aire, con aspecto blanquecino y luminoso y me dijera por qué debería seguir andando por mi vida, o por qué debería dejar de hacerlo; pero no vino nadie, sólo unas muchachas muy bellas que se rieron de mí y me hicieron burlas. Y me pareció que ellas tenían la respuesta y no me la querían dar, y las odié y las maldije por lo bajo y por lo alto. Una se giró y me miró, pero no dijo nada, me puso ojos de desprecio y se giró dejando que su pelo se moviera y reflejara el sol poniente antes de criticarme con sus amigas. No quise moverme durante un rato, temeroso de más preguntas. Pero una vez creí que no iba a venir ninguna más, me puse de nuevo en marcha. Y así he llegado hasta aquí.

Pensé que igual no había llegado a donde crecen todas las respuestas, que debía seguir avanzando sin que nada me perturbara y sin miedo a las preguntas. Y eso hice, y por eso estoy aquí, sentado, recordando golpes con la sensación de que da igual que avance o me quede sentado, las respuestas no llegan nunca. Pero ¿para qué las queremos?

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